Ayer, con el funeral de Segundo Marey, se cerró uno de los episodios más vergonzosos de la reciente historia de España. El que se considera primera víctima de los GAL en su intento de combatir a ETA con sus mismas armas "la barbarie, el asesinato, el terror, el secuestro, el dolor" murió el fin de semana pasado después de sufrir durante las últimas dos décadas las terribles consecuencias que padece todo secuestrado: una especie de muerte en vida que te acompaña hasta el final.
Para él ha llegado ya el descanso y hoy reposa en el cementerio de Hendaya, el mismo pueblo donde fue raptado en diciembre de 1983 por unos individuos que, según estableció posteriormente la Justicia española, fueron enviados allí por el entonces ministro del Interior del Gobierno de Felipe González. Aunque demasiado tarde, el juicio resolvió que José Barrionuevo, el ex secretario de Estado Rafael Vera y otros tres altos cargos de Interior eran culpables de los delitos de detención ilegal, secuestro y malversación de caudales públicos pero hoy ninguno de ellos se encuentra en prisión, en esa prisión interior que Segundo Marey tuvo que soportar hasta su muerte.
Pues nadie es capaz "por muy fuerte que sea" de olvidar días pasados con el pavor a ser ejecutado en cualquier momento, sin luz ni agua, con los ojos vendados, casi sin comer y soportando maltratos psicológicos que llegan a producir terror. Allí se le helaron los pies y desarrolló una enfermedad crónica respiratoria que a la postre le ha llevado a la tumba.
Para los españoles es momento de olvidar, de dejar atrás tan dramáticos hechos, una época política tan vergonzosa, pero quedará siempre la duda de si se ha hecho realmente justicia. La sentencia se leyó en julio de 1998, las condenas eran de diez años y todos los condenados están en libertad.