Podría perfectamente ser un título de ese realismo fantástico que ha iluminado la literatura latinoamericana de las tres últimas décadas. Pero no, ya que en realidad hay que relacionarlo con lo que está ocurriendo en Venezuela desde hace unos días. Estamos ante una auténtica carrera de despropósitos, en la que golpe y contragolpe "violentas manifestaciones populares incluidas" nos remiten a lo más bastardo de una política que en el continente sudamericano viene encontrando caldo de cultivo. Cualquier término acuñado con anterioridad, desde el localista «caracazo», al más genérico «esperpento», encuentra acogida en esa peripecia que ha llevado a Hugo Chávez de su condición de presidente destituido y recluido a su retorno al poder en olor, o peste, de multitud.
Dijo alguien en el pasado que la ley está hecha para proteger a los bribones. Nunca como en este caso la máxima halla su más alta expresión. Y al respecto no puede dejar de sorprender a los observadores esas declaraciones de portavoces gubernamentales del repuesto Chávez que hablan de una «vuelta a la normalidad», o de esos pronunciamientos de altos cargos del Ejército que establecen que las Fuerzas Armadas siempre han sido «fieles a las instituciones».
¿De qué estamos hablando? ¿De burdas conspiraciones, de abiertos y crueles enfrentamientos entre ciudadanos de un mismo país, de quiebra de las principales formaciones políticas, del papel de un Ejército dividido y desorientado? O bien de un desbarajuste político que prospera a la sombra de un Washington que, aún siendo escasamente proclive a Chávez, teme más la inestabilidad en una potencia mundial en la producción de petróleo. No nos engañemos, Venezuela parece volver a la senda constitucional marcada hasta hace poco. Pero la pulcritud democrática es otra cosa. Y a buen seguro, el tiempo no tardará "pese a lo difícil que se ha demostrado que es hacer predicciones al respecto" en poner las cosas en su sitio.