Dos años después de los atentados del 11 de septiembre, el mayor ataque terrorista de la historia, los norteamericanos rindieron homenaje a las víctimas de aquella trágica jornada. El presidente George Bush no estuvo en la Zona Cero, aunque asistió a una ceremonia religiosa en recuerdo de los fallecidos. Con el transcurso del tiempo, muchos familiares de quienes perecieron aquel día piensan que los intereses económicos priman sobre la memoria de sus seres queridos en la reconstrucción del lugar que un día ocuparon las Torres Gemelas.
Tras el 11-S, la Administración Bush se embarcó en una guerra contra el terrorismo que les llevó primero a la intervención armada en Afganistán y en la búsqueda del líder de al Qaeda, Osama Bin Laden, que reaparecía hace sólo unos días para renovar sus amenazas a través de la emisora de televisión Al Yazira. Después llegó la invasión de Irak por parte de tropas anglo-norteamericanas en una búsqueda de armas de destrucción masiva -no halladas- y en una continuación de la cruzada antiterrorista emprendida por Bush. Sin embargo, la manifiesta inestabilidad de Irak y el débil régimen instaurado en Afganistán tras el conflicto ponen de manifiesto que, pese a las detenciones de terroristas, pese a los encarcelados en Guantánamo y pese a la colaboración internacional, la lucha emprendida por el Gobierno norteamericano tiene importantes brechas. Y a ello hay que añadir, por si algo faltara, que la situación en Oriente Próximo es cada día más explosiva. Todo ello determina que haya que contemplar con muchas reservas las medidas que se adoptaron y, además, no se debe olvidar que el conflicto de Irak supuso, debido a la actitud de EEUU, un fuerte debilitamiento de la ONU y una importante fractura transatlántica.