Hace unos años, un obispo prácticamente desconocido, nacido en Àvila y cabeza de la Diócesis de Palencia, saltaba a la gran arena pública cuando fue designado prelado de Bilbao y el entonces líder del PNV Xabier Arzalluz le bautizó como «un tal Blázquez». Ricardo Blázquez demostró entonces su «talante», recorriendo uno a uno todos los pueblos que componían su nueva diócesis, para conocer de cerca la realidad de los miembros de su «rebaño», y aprendiendo euskera, poniendo en evidencia una manera de ser luchadora y dialogante, capaz de adaptarse a situaciones difíciles.
Hoy este «tal Blázquez», que todavía no es arzobispo, se ha situado al frente de la Conferencia Episcopal Española, un puesto complicado en un momento más que difícil en las relaciones entre el Estado y la Iglesia católica. Quizá por eso su predecesor, monseñor Rouco Varela, representante del sector más conservador y más enfrentado a los nacionalismos, y tras dos mandatos marcados por un estilo autoritario, no obtuvo los votos necesarios para la reelección, y quizá por eso -por lo complicado del momento-, los obispos españoles han decidido dar una oportunidad a alguien más abierto, más negociador y con menos tendencia al enfrentamiento.
En su agenda hay asuntos de primerísima importancia para una institución como la Iglesia católica: el futuro de la educación religiosa en España, el matrimonio homosexual, la investigación con células-madre, el aborto, la adopción por parte de gays, la pérdida de feligreses, la financiación... temas en parte reconducibles con una nueva actitud por parte de la Iglesia y, en parte, inherentes a la evolución de la sociedad moderna y, por tanto, más difíciles de controlar o de superar, por mucho «talante» que uno le ponga.