E conflicto bélico desatado en el corazón del Cáucaso ha puesto de manifiesto que todavía perviven las áreas de influencia política de las grandes potencias, consagradas tras la II Guerra Mundial. El enfrentamiento entre Rusia y Georgia por el control de la región de Osetia del Sur se ha desarrollado ante la pasividad de la práctica totalidad de los países occidentales apoyada en la ausencia de una presión mediática, los cuales se han limitado a ejercer presión diplomática y dialéctica para tratar de frenar la ofensiva bélica. De hecho, ha sido Rusia la que ha aceptado el alto el fuego una vez que había logrado sus objetivos militares en la zona.
Desde la Unión Europea se observaba con recelo el desarrollo de los acontecimientos frente a la posibilidad de que surgiera un nuevo Kosovo en Osetia del Sur, además de mostrar su creciente preocupación por una dramática guerra "miles han sido las víctimas civiles" que tiene como escenario uno de los enclaves por el que transcurre el oleoducto que suministra gas ruso a los países europeos. Un cóctel de intereses que, por el momento, han quedado a salvo con el fin de las hostilidades aunque nada hace pensar que no puedan reanudarse la operaciones militares en cualquier momento.
El Cáucaso, como los Balcanes, es una zona que se mantiene peligrosamente inestable a las puertas de Europa occidental. En este sentido se hace imprescindible el diseño y aplicación de una estrategia conjunta de la Unión Europea en ambas zonas que permita asegurar que los conflictos latentes quedan resueltos, planes en los que no parece factible que vaya a contarse con el apoyo de los Estados Unidos, inmerso en un proceso electoral que dejará atrás la era protagonizada por el republicano George Bush.