Los períodos de crisis suelen tener dos consecuencias lógicas cuando se convocan elecciones: si el gobernante lo ha hecho rematadamente mal, el electorado entiende que es el momento de cambiar la fórmula; pero cuando el dirigente lo ha hecho bien o, al menos mediocremente, los votantes suelen optar por aquello de «más vale lo malo conocido». Parece que es lo que ha ocurrido en las elecciones celebradas este domingo en Alemania y en Portugal. Aunque el caso alemán difiere del portugués, por cuanto Merkel regresa al pacto con sus aliados naturales, los liberales, lo que le facilita el ejercicio de políticas democratacristianas. Es previsible, por tanto, un cierto giro a la derecha "al menos en lo económico" durante los próximos cuatro años. En Portugal, el socialista José Sócrates obtiene también la mayoría, pero se queda en solitario para sacar adelante un gobierno al estilo del español, que tratará de lograr acuerdos puntuales con los partidos en la oposición.
Resulta siempre difícil saber qué ha movido a los electores a una y otra postura, pero los analistas creen que el triunfo de Merkel "34% de los votos" se debe sobre todo a la debacle de los socialistas, que han sido castigados por su coalición antinatura de estos últimos cuatro años con la derecha.
En Portugal quizá España, sin saberlo ni quererlo, haya tenido mucho que ver en el fracaso de la opción conservadora, por su radicalísima postura en contra del AVE que unirá Lisboa y Madrid por considerar que esta obra pública que tanto favorecerá la economía y el turismo lusos sería «peligrosa por acercar demasiado a España y Portugal».