Cuando la voluntad de todos confluye, parece bastante obvio que ese clamor ciudadano debe ser escuchado. Y máxime cuando lo opuesto supone desvencijar cualquier atisbo de progreso. Les hablaré del paseo marítimo de ses Figueretes, un emplazamiento que tengo la suerte (y la desgracia) de visitar a diario. A diferencia de otra ocasión en la que me dedicaba a describir la sarta de obscenidades urbanísticas y estéticas que percibo allí, ahora quisiera refrescarles la memoria con varios acontecimientos que arrojan luz sobre la decadente historia de este bello pero degradado rincón de Vila.
Cuando la remodelación del paseo era una prioridad para el gobierno socialista de Xico Tarrés, allá por 2007, la entonces ministra Cristina Narbona aseguró que faltaba solo «un pequeño trámite» para que las obras se pusieran en marcha «de forma inmediata». Solo un pequeño trámite. Pero nada. Lurdes Costa, ya en 2012, explicó que si el proyecto se retrasó tanto [¿se retrasó?] fue porque el Gobierno y el Ayuntamiento decidieron negociar todas las alegaciones de los propietarios afectados –había previstas una treintena de expropiaciones– y muchas de ellas se incluyeron. Al año siguiente el Gobierno anunció que el proyecto quedaba postergado por falta de dinero para abordar esas expropiaciones.
Macroproyecto enterrado por la crisis (y las chapuzas urbanísticas). Hasta ahí correcto. Pero, ¿qué hay de las promesas de todos y cada uno de los equipos de gobierno que han pasado por Vila para remodelar el paseo? ¿Nadie va a meterle mano a las baldosas quebradizas, la mugre del pavimento o los yerbajos que han cobrado vida propia? ¿Y a las jardineras, fachadas desconchadas y edificios okupados? ¿Alguien va a hacer algo? Se acabaron las excusas.