Sobre la pregunta malintencionada de los fariseos sobre si era lícito al marido repudiar a su mujer, Jesús responde: en el principio de la creación los hizo Dios varón y mujer; por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos unas sola carne. Por tanto, lo que Dios unió, no lo separe el hombre. Jesús devuelve a su pureza original la dignidad del hombre y de la mujer en el matrimonio. La indisolubilidad del matrimonio no es capricho de la Iglesia, y ni siquiera una mera ley positiva eclesiástica: es de ley natural, de derecho divino. Jesús ha instituido los Sacramentos, por tanto, son de institución divina.
El sacramento del Matrimonio santifica la unión de un solo hombre con una sola mujer para siempre, y les da gracia para que sean buenos esposos y buenos padres. Los cristianos no debemos dejarnos impresionar, al recordar la unidad e indisolubilidad del sacramento del Matrimonio, ante las dificultades e incluso burlas que podamos encontrar en algunos ambientes. La Iglesia tiene un deber fundamental al afirmar de un modo rotundo la indisolubilidad del matrimonio ante los que en nuestros días, consideran difícil o incluso imposible vincularse a una persona para toda la vida.
Ante la harta frecuencia, por desgracia, de las separaciones matrimoniales hay que mirar los bienes del amor conyugal que para los bautizados está santificado por el sacramento del Matrimonio. Estos bienes son la unidad, la fidelidad, la indisolubilidad y la apertura a la fecundidad. (Catecismo de la Iglesia Católica nº 495)
Respecto a los hijos, hay que considerar: el hijo es un don de Dios, el don más grande dentro del Matrimonio: no existe el derecho de tener hijos. Sí existe, en cambio, el derecho del hijo a ser fruto del acto conyugal de sus padres, y también el derecho a ser respetado como persona desde el momento de su concepción (Cat. de la I.C nº 500)
Las ofensas a la dignidad del Matrimonio son las siguientes: el adulterio, el divorcio, la poligamia, el incesto, la unión libre y el acto sexual antes o fuera del Matrimonio ( Cat. de la I.C nº 502)
Los cónyuges cristianos están llamados a participar realmente en la indisolubilidad irrevocable, que une a Cristo con la Iglesia, su esposa, amada por Él hasta el fin. La víspera de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, como amase a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin ( Jn.13.1).