Seguimos caminando hacia el inicio del Año Jubilar de la Misericordia, que el Papa inaugurará en San Pedro del Vaticano el próximo martes día 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada y en nuestra diócesis lo iniciaremos con la apertura de la Puerta Santa en la Iglesia Catedral el domingo próximo 13 de diciembre a las 12,30. Allí os espero a todos para gozar de misericordia de Dios y, en consecuencia, ser también nosotros misericordiosos.
La Bula Misericordiae vultus, con la cual el Papa Francisco ha convocado este Año, comienza diciendo: "Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, «rico en misericordia» (Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como «Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad» (Ex 34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la «plenitud del tiempo» (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr. Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios."
En la palabra "misericordia" encuentra su síntesis el misterio de la fe. Jesucristo, con su palabra, con sus gestos y con su Persona, revela la misericordia de Dios. Siempre tenemos necesidad de contemplar la misericordia divina; ella es fuente de alegría, de serenidad y de paz para el ser humano. Es la vía que une a Dios con el hombre porque abre el corazón a la esperanza de ser amados a pesar del límite de nuestro pecado. El Jubileo extraordinario será, pues, un momento providencial para fijar nuestra mirada en la misericordia de Dios con nosotros para que esa mirada nos mueva a ser signo eficaz del obrar del Padre.
La omnipotencia de Dios se manifiesta a través de su misericordia. Santo Tomás de Aquino decía que la misericordia no es, en absoluto, signo de debilidad sino, más bien, la cualidad del poder de Dios. En el Antiguo Testamento aparece frecuentemente el binomio "paciente" y "misericordioso" para describir la naturaleza de Dios. Esta misericordia se constata en muchas acciones de la historia de la salvación en las que la bondad prevalece sobre el castigo y la destrucción.
La misericordia de Dios no es una idea abstracta; al contrario, es como el corazón de un padre o de madre cuyas entrañas se conmueven por su propio hijo. En el Nuevo Testamento, Jesús ora con este el salmo 136 antes de su pasión. Al instituir la Eucaristía pone este acto supremo de la revelación a la luz de la misericordia. Jesús vivió su pasión y muerte en este horizonte de la misericordia, consciente del gran misterio del amor de Dios que se habría de cumplir en la cruz.
Desde la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad: la misión que Jesús ha recibido del Padre consiste en revelar el misterio de amor divino en plenitud. Este amor se hace visible y tangible en la vida de Jesucristo: su Persona no es sino amor que se dona y entrega gratuitamente. Su actitud y su forma de actuar con los pobres, los enfermos, etc. llevan el distintivo siempre de la misericordia. Nada en Él es falto de compasión. Finalmente, en las parábolas dedicadas a la misericordia, Cristo revela a Dios como un Padre que jamás se da por vencido hasta que no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la comprensión y la misericordia; en ellas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona.
Dispongámonos, pues, a contemplar la misericordia de Dios para, a su imagen y semejanza ser nosotros misericordiosos. Así seremos en verdad discípulos de Jesús y practicantes vivos y eficaces de la caridad.