El pasado viernes fue la fiesta de San Carlos, Arzobispo de Milán, Cardenal de la Iglesia Católica, maestro de su pueblo, celebrador de la Eucaristía, pastor de su pueblo, siendo a la vez, de todos, hermano y amigo. Un buen maestro para todos nosotros conociendo su vida, un intercesor de nuestras necesidades ante Dios siendo santo, una buena ayuda para nuestra vida.
En nuestra Diócesis de Ibiza la fiesta de San Carlos se celebra bien y solemnemente en la población de San Carlos de Peralta, un buen pueblo acogedor localizado en el noreste de Ibiza cuya vida se desenvuelve en torno a una bella iglesia encalada construida en 1785.
El primer Obispo de Ibiza a erigir 20 parroquias al inicio de la vida diocesana en Ibiza y Formentera las fue dedicando a Santos y Santas que nos pueden ayudar mucho a quienes aquí vivimos y trabajamos, de modo que con su ayuda y protección vayamos adelante como debe ser. Y uno de esos santos fue San Carlos.
San Carlos Borromeo, fue una persona que tomó muy en serio las palabras de Jesús; «Quien ahorra su vida, la pierde, pero el que gasta su vida por Mí, la ganará». Era de familia muy rica. Su hermano mayor, a quien correspondía la mayor parte de la herencia, murió repentinamente al caer de un caballo. El consideró la muerte de su hermano como un aviso enviado por el cielo, para estar preparado porque el día menos pensado llega Dios por medio de la muerte a pedirnos cuentas. Renunció a sus riquezas y fue ordenado sacerdote y mas tarde Arzobispo de Milán. Aunque no faltan las acusaciones de que su elección fue por nepotismo (era sobrino del Papa), sus enormes frutos de santidad demuestran que fue una elección del Espíritu Santo.
Como obispo, su diócesis que reunía a los pueblos de Lombardía, Venecia, Suiza, Piamonte y Liguria. Los atendía a todos. Su escudo llevaba una sola palabra: «Humilitas», humildad. El, siendo noble y riquísimo, vivía cerca del pueblo, privándose de lujos. Fue llamado con razón «padre de los pobres».
Decía que un obispo demasiado cuidadoso de su salud no consigue llegar a ser santo y que a todo sacerdote y a todo apóstol deben sobrarle trabajos para hacer, en vez de tener tiempo de sobra para perder.
Para con los necesitados era supremamente comprensivo. Para con sus colaboradores era muy amigable y atento, pero exigente. Y para consigo mismo era exigentísimo y severo.
Fue el primer secretario de Estado del Vaticano (en el sentido moderno).
Fue blanco de un vil atentado, mientras rezaba en su capilla, pero salió ileso, perdonando generosamente al agresor. Fundó seminarios para formar sacerdotes bien preparados, y redactó para esos institutos unos reglamentos tan sabios, que muchos obispos los copiaron para organizar según ellos sus propios seminarios.
Fue amigo de San Pío V, San Francisco de Borja, San Felipe Neri, San Félix de Cantalicio y San Andrés Avelino y de varios santos más.
Murió joven y pobre, habiendo enriquecido enormemente a muchos con la gracia. ……murió diciendo: «Ya voy, Señor, ya voy». En Milán casi nadie durmió esa noche, ante la tremenda noticia de que su queridísimo Cardenal arzobispo, estaba agonizando.
Repasando su vida podemos ver que Su labor supuso una mejora de las costumbres y un incremento de la vida cristiana en su diócesis. Toda una enseñanza y un programa para nuestra vida. Que su celebración nos ayude a ser así, a caminar así, y vivir mejor en nuestras Islas.