En Ibiza los tomates saben a infancia, las sandías a postre especial, los espárragos trigueros a tierra auténtica, las patatas a magia pura, el pollo a carne honesta y los huevos a cena soñada. En Ibiza puede que las frutas no sean redondas ni perfectas porque en el viaje por los sentidos en el que nos sumergen no es necesario fijarse en las formas. El crepitar de sus nísperos en la boca, la dulzura tersa de sus cerezas, la acidez impecable de sus naranjas o la cremosidad de sus aguacates suplen con creces la impostura de los productos de otras tierras donde la belleza reemplaza al sabor y la apariencia al amor.
Hoy en día está de moda consumir productos orgánicos con precios imposibles, cuando no hay nada más económico, ecológico y lógico que adquirir alimentos de temporada que no han cruzado mares, no han viajado verdes, no han sido barnizados con ceras, abrumados con pesticidas ni pervertidos con genes de moscas que los hagan más fuertes y menos reales. En Ibiza tenemos cooperativas, mercados y colmados que nos permiten recordar incluso el sabor de la leche de verdad, de los conejos que huelen a romero y de las brevas tan aromáticas y sabrosas como los mejores higos.
Lo que hemos vivido en los últimos 50 años para abaratar la lista de la compra en el punto final de trazabilidad, de cuya reducción de precios se han beneficiado solo el doble de intermediarios que antaño y las grandes superficies, se ha traducido en una pérdida de la calidad, de los sabores, de las cualidades saludables y de la capacidad adquisitiva de quienes se despiertan cada día para darnos de comer. Aquí solo ganan los que menos pintan.
El sector primario languidece, no hay una renovación generacional, y por eso es indispensable recuperar nuestras tradiciones, nuestras costumbres, el amor por el campo y la cordura en la mesa.
La manzana prohibida no se la comería ni el concursante de un reallity de supervivencia en una isla desierta, porque solo tentaría a los que no ven más allá de sus ojos. ¡Qué diferencia con aquellas reinetas feas, plagadas de manchas marrones con sabor a arena en las que la mezcla de dulzura y acidez nos hacía sonreír de emoción al arrancarlas directamente del árbol! Su fragancia llenaba armarios y en el horno, borrachas de miel pura de panal, hacían las delicias de los más golosos.
Hoy la Fundación de Turismo, el Consell Insular, los Ayuntamientos, la PIMEEF y los mejores restaurantes de Ibiza, que no son siempre los más caros, se han puesto las pilas para ayudarnos a recuperar aquellas sensaciones y aquellos instantes de pasión que los románticos de la buena mesa no olvidamos. Muchos cultivan sus propios huertos, recuperan recetas de otrora con un toque cosmopolita y una presentación digna del Museo del Prado y nos llevan a viajar con los sentidos para que sintamos que no todo está perdido.
Ante el desembolso que supone volver a comer como Dios manda, y los precios desorbitados de nuestra isla, nos queda el consuelo de saber que en muchos casos estamos pagando al menos por peix nostrum y por buenos alimentos de casa, aunque la demanda de estos meses suba los precios hasta desinflarnos el hambre. Eso sí, lo mejor es no improvisar e ir sobre seguro, no vaya a ser que nos confundan con un “guiri” con la cartera llena y nos den un sablazo por un triste plato de pasta que en vez de aceite de oliva del trull de Sant Joan contenga mantequilla de otros pastos.
La manzana prohibida hace caja y nos lleva a tener que invertir 5 veces más que nuestros abuelos, haciendo un cálculo de ingresos similar, para volver a disfrutar de unos huevos fritos con patatas o una ensalada de crostes como las suyas. Este es el precio de vivir en el Paraíso, aunque, si seguimos la pista del “seny” pitiuso y las huellas de quienes están abriendo camino para que volvamos a recorrer la senda de los sabores de siempre, es posible que no seamos expulsados todavía.
Antes de quejarnos de nuevo y entonar el apolillado “cualquier tiempo pasado fue mejor”, recordemos que nosotros nunca hemos pasado hambre real, esa que partió las espaldas y los dientes de los que sufrieron en sus carnes y pellejos la guerra y sus secuelas, los que perdieron hijos por enfermedades, trabajaban, si podían, siempre en precario, y tenían el miedo y las cartillas de racionamiento cosidas al alma. Hoy en Ibiza tenemos la gran suerte de tener un pan con consistencia y vida y no necesitamos “darle besos” cuando se nos cae, como reza Almudena Grandes en su último libro. La magia de Ibiza, uno de sus grandes atractivos, también se muerde.