Tiene razón la profesora Roca Barea cuando dice que analfabetos los ha habido siempre pero que antes no salían de las universidades; aún así, Montesquieu ya se maliciaba en el siglo XVIII que «cualquier asno» podría «llegar a ser rector de universidad».
Los doctorados «honoris causa» son distinciones que otorgan las universidades a quienes, poseyendo o no una licenciatura, han destacado en algún campo de relevancia académica o social. Se confieren con gran pompa y esplendor y sus atributos son un birrete (»para que no sólo deslumbres a la gente, sino que además, como con el yelmo de Minerva, estés preparado para la lucha»), un anillo (»la Sabiduría con este anillo se te ofrece voluntariamente como esposa en perpetua alianza»), unos guantes (»símbolo de la pureza que deben conservar tus manos en tu trabajo y en tu escritura») y un libro (»para que descubras los secretos de la Ciencia» etc.). Con su habitual sensatez, Rafael Nadal rechazó tal distinción pero no Pedro Almodóvar, que aceptó el que Harvard le ofreció en un alarde de modernidad que hubiera apabullado a Montesquieu.
Pienso que el doctorado «honoris causa» debería tener como contrapartida un doctorado «horroris causa» con el que afligir a tanto indocumentado como hoy día pulula por universidades, emisoras de radio, periódicos, internetes y medios de comunicación en general.
Sería bueno que la Universidad Complutense de Madrid concediera un doctorado «horroris causa» a Pablo Iglesias por haber afirmado haber leído una inédita «Etica de la razón pura» de Kant, haber atribuido a Einstein la ley de la gravedad y haber asegurado que en Andalucía se celebró un referéndum de autodeterminación en los ochenta (!). Excepcionalmente, se le permitiría recibirlo en mangas de camisa con gorra de cockney, anillo de latón y libro electrónico. A su vez, cualquiera o las cuatro universidades en las que estudió (?) Pdr Snchz de la Preveyéndola y Noesnó debería otorgarle también un doctorado «horroris causa» por haber afirmado que don Antonio Machado nació en Soria, haber atribuido la ley del divorcio de la UCD a su partido y haber sentenciado que la corrupción se ataja «preveyéndola».
Mariano Rajoy debería obtener uno por su peculiar indolencia catatónica-filociclista y recibirlo con la toga y el birrete blancos y el rostro cubierto de polvos de talco como corresponde a cualquier Don Tancredo que se precie.
Pero no sólo en España hay acreedores a tal distinción; allende nuestras fronteras los hay de igual o mayor mérito; Macron merece uno por haber asegurado que no se puede combatir el terrorismo eficazmente si no se acaba con el cambio climático y el Papapampero merece al menos dos por sus exabruptos anticapitalistas y necedades en general, como asegurar que da lo mismo el Islam que la Religión Católica, por ejemplo.
Espero que nuestras universidades, que no destacan en nada en las clasificaciones internacionales, se distingan precisamente por haber introducido esta figura que generosa y gratuitamente les brindo con mucho gusto. Amén.