Es cierto que la defección de los Mossos, que desobedecieron la orden judicial de cerrar los colegios a las seis de la mañana, forzó y precipitó la actuación de la Policía Nacional y de la Guardia Civil, la mayoría de cuyos miembros llevaban diez días encerrados en un barco, lejos de sus familias y aislados de la realidad ordinaria, e intentando digerir las impunes agresiones de que habían sido objeto los compañeros que integraban la comitiva judicial en la Consejería de Economía, pero también lo es que, dadas las circunstancias, la gestión del orden público en ese día debió aclimatarse a ellas, a fin de garantizar el orden público precisamente, y no fastidiarlo más, cual las desatentadas órdenes políticas y técnicas dictadas provocaron.
O dicho de otro modo: el operativo para el cumplimiento del encargo judicial no sólo fracasó en lo que se suponía su objetivo, impedir el pueril simulacro de referéndum con el que los líderes independentistas pretendían decorar o camuflar sus objetivos sediciosos, sino que, por su torpeza, su violencia derivada de ésta y su simbología «invasora», proporcionó a éstos lo que buscaban fervientemente, un escenario caótico de palos, represión y heridos, que reforzara el victimismo del independentismo catalán y el martirologio del pueblo cuya exclusiva representación osa arrogarse.
Dicho ésto, y todo cuanto puede decirse honradamente, sensatamente, del sindiós que tanto está deprimiendo a españoles y catalanes, excepto a la parte de éstos que disfruta con dicho sindiós, tal vez proceda volver al comportamiento de los Mossos d'Esquadra, que no por impasible el 1-O ha sido, es y será decisivo en la desventurada movida. Se trata de unos 17.000 sujetos armados, investidos de autoridad y de la obligación de velar por el cumplimiento de la ley, que no parecen estar por la labor, que desatendieron su cometido en la fecha infausta, que por ello pusieron a los pies de los caballos a sus colegas de las fuerzas del Estado y a los propios ciudadanos, que terminaron de dislocar un operativo que ya era, por el lado gubernativo, desastroso, y que, en consecuencia, desampararon con su falta de lealtad y de profesionalidad a todo el mundo. Y se dice pronto: 17.000.