Una cosa es una revolución y otra el mundo al revés. En Cataluña, sin ir más lejos, parece haber estallado la revolución, pero lo que hay es que ese mundo se ha vuelto boca abajo, locamente boca abajo, y el hecho de que los que se burlan de la ley persigan a los servidores de ella no es sino un síntoma más de la perturbación que resulta de haberse bajado colectivamente la sangre, esto es, las emociones, la rabia, el odio, las vísceras, a la cabeza.
La revoluciones pretenden, bien que en general con escaso éxito como nos enseña la Historia, enderezar los mundos torcidos, curar las insanias sociales, enmendar los rumbos, pero que nadie busque trazas de nada de eso en la apócrifa revolución desencadenada por una cuerda de iluminados que, como todos los orates, poseen un innegable carisma y una rara atracción para las masas. Que nadie busque en la cúpula del movimiento independentista catalán, ni en su «procés», ni en su huelga subvencionada del martes, esto es, en la presunta revolución desencadenada, el menor atisbo de lucha por el mejoramiento de la sociedad. No lo encontrará.
Esa «revolución», caos sin más, que el sedicioso Govern de la Generalitat vende al mundo como la quintaesencia de la democracia, bien que con la ayuda de potencias extranjeras y de la extrema derecha europea, no dice buscar la justa remuneración del trabajo, ni la equiparación de los salarios que perciben hombres y mujeres, ni se anuncia implacable como debeladora de la corrupción, del omnímodo poder del dinero, de las desigualdades sociales o de la miseria cultural. No demanda libertad, ni justicia, ni becas, ni pensiones dignas, ni acabar con la postración del mundo rural, ni con las bolsas de pobreza y marginalidad, ni con los antisociales alquileres turísticos, ni con los narco-pisos, ni con el turismo de borrachera y vómito, ni con el amiguismo y el nepotismo en la Administración. Lo que quiere, lo que busca, es tan solo la independencia, esto es, la toma del poder mediante la sustracción de un territorio que no le pertenece.
La cabeza necesita la sangre justa para funcionar decorosamente, que ya se encarga de proporcionársela la sabia máquina del organismo. Cabeza abajo, enalteciendo a los aventureros y a los capitanes Araña, vagabundeando por las calles de escrache en escrache, enseñándoles a los niños que lo sedicente y lo anómalo es cojonudo y exponiéndoles a la doctrina y a la intemperie, lo único que se consigue es una congestión. El mundo al revés no es la revolución, sino todo lo contrario.