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OPINIÓN | Luis del Val

El tonto de la crueldad

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Uno de los descubrimientos más beneficiosos para la Sociología fue cuando Alfonso Ussía, con sus grandes dotes de observación, localizó al «tonto de la bandera republicana». Naturalmente, de este género han derivado varias especies y, alrededor del 12 de octubre, aparece el «tonto de la crueldad», que organiza actos diversos para que los españoles nos avergoncemos de lo que sucedió hace cinco siglos en América. Hasta ahora, nadie ha hablado de la crueldad de los anglosajones del siglo XIX y XX con las tribus indias del Norte de América, hoy Estados Unidos, ni hay franceses que digan que hay que avergonzarse de la crueldad que ejercieron en China, ni británicos que les apetezca recordar las maneras que emplearon en la India. Por cierto, ni hindúes, ni pakistaníes, ni chinos, ni congoleños se quejan en el siglo XXI de lo que sucedió en sus pueblos cuando estaban colonizados por belgas, franceses o británicos, ni hay un congoleño con apellido belga o un hindú que se apellide Schmidt, o un senegalés que ponga Lacroix en su pasaporte. Y, al contrario, uno puede encontrarse en Cuba o en Honduras, en Filipinas o en Perú, con un ciudadano, macho o hembra, de rasgos evidentemente mestizos, que lleva como apellido un García, un Rodriguez, un Martínez o un Galindo. La enorme diferencias entre las diversas colonizaciones europeas y la española -que aportó el origen etimológico- no es la crueldad común en cualquier ocupación de un territorio, sino que, además de proporcionar muerte, también aportó vida y apellidos. Y, hoy, hablamos la misma lengua y rezamos a los mismos dioses, y compartimos la patata y el caballo, o la viruela y la sífilis, porque de todo hicimos intercambio, además de intercambiar la sangre. Pero no se esfuercen, el tonto de la crueldad, como el tonto de la bandera republicana, no son especies a extinguir.

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