Durante el Procés vimos cómo, a grandes rasgos, los rurales de Catalunya son independentistas mientras en las zonas urbanas (Tabarnia) no lo son. Aquello fue como si los tractoristas de la part forana quisieran tomar el poder, cual agermanados. En Baleares observamos que algunos de los nuevos políticos han sido concejales o carpinteros o activistas o escracheros solo en su pueblo, pero han conseguido llegar a la cima y ahora nos educan a todas horas y, lo peor, nos purgan y legislan: no podemos hacer con nuestra propiedad un apartamento turístico o no podemos tener la casa vacía o que no puedes ser médico en Ibiza si no tienes el nivel A del catalán de Barcelona (ni siquiera te dejan hablar, oficialmente, en las mucho más ricas variedades dialectales baleares). En ese contexto incluiría yo las declaraciones del presidente del Consell de Mallorca que dijo el otro día, sin razonamiento, que la mayor aportación balear a la Humanidad es el catalán. ¿Y del cosmopolitismo?: tiene algo que decir Ensenyat del cosmopolitismo o de la Alejandría de Cavafis; eso y otras cosas no le interesan, en realidad se queda en que lo propio de Baleares es Catalunya en versión junqueriana, como si los baleares fuéramos todos clónicos de los tractoristas catalanes. El cosmopolitismo, que no hay que confundir con el multiculturalismo, es una gran riqueza de nuestro Archipiélago y su iceberg son los grandes intelectuales, como Graves o Benjamin o Lomax que sí apreciaron la riqueza etnológica de Baleares, valoraron su lengua, sus costumbres y las pasaron a clave universal. Nada peor que el neopaletismo que es reduccionista y supremacista, nada mejor que un cosmopolitismo asimilador, adlib, inteligente, que siempre puede ser fuente de cultura, de entendimiento y de progreso humano.
Opinión / Jesús García Marín
Elogio del cosmopolitismo
J. García Marín |