Anteayer, viernes día 8 de este mes de junio, en la Iglesia católica celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Y hoy domingo la repetiremos a las 19 de la tarde en el Monumento al Sagrado Corazón de Jesús que tenemos en Ibiza.
Como sabéis, se trata de un hermoso y bueno monumento que eligió el Obispo Antonio Cardona Riera. Se trata de un monumento erigido después de la guerra civil española en 1947. Se trata de una estatua de Cristo con los brazos abiertos y el corazón de relieve en el pecho. Se halla en una montaña cercana a Ibiza, a la derecha de la carretera de Ibiza a Sant Antoni, en territorio de Santa Eulalia. Tiene una altura de 24 metros y enfrente de la estatua hay un mirador, desde el que se puede ver unas magníficas vistas de Ibiza, sus playas y Formentera. A los pies del monolito hay una capilla en donde cada año se celebra una fiesta en honor del Sagrado Corazón de Jesús.
Este dia, pues, nos tiene que ayudar a fomentar y acrecentar nuestra devoción al Corazón de Jesús, una devoción que ha existido desde los primeros tiempos de la Iglesia, cuando se meditaba en el costado y el Corazón abierto de Jesús, de donde salió sangre y agua. De ese Corazón nació la Iglesia y por ese Corazón se abrieron las puertas del Cielo. La devoción al Sagrado Corazón está por encima de otras devociones porque veneramos al mismo Corazón de Dios. Pero fue Jesús mismo quien, en el siglo diecisiete, en Paray-le-Monial, Francia, solicitó, a través de una humilde religiosa, que se estableciera definitiva y específicamente la devoción a su Sacratísimo Corazón.
El 16 de junio de 1675 se le apareció Nuestro Señor y le mostró su Corazón a Santa Margarita María de Alacoque. Su Corazón estaba rodeado de llamas de amor, coronado de espinas, con una herida abierta de la cual brotaba sangre y, del interior de su corazón, salía una cruz. Santa Margarita escuchó a Nuestro Señor decir: «He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor.» Con estas palabras Nuestro Señor mismo nos dice en qué consiste la devoción a su Sagrado Corazón. La devoción en sí está dirigida a la persona de Nuestro Señor Jesucristo y a su amor no correspondido, representado por su Corazón. Dos, pues son los actos esenciales de esta devoción: amor y reparación. Amor, por lo mucho que Él nos ama. Reparación y desagravio, por las muchas injurias que recibe sobre todo en la Sagrada Eucaristía.
Este Corazón es Jesucristo resucitado y vivo, que amó a cada hombre hasta la cruz, que está cerca de cada hombre, que le ama ahora con corazón compasivo y misericordioso, que le que quiere introducir en la vida misma de Dios.
Como escribió Juan Pablo II, “junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así -y esta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador- sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la civilización del Corazón de Cristo” (Carta al prepósito general de la Compañía de Jesús, 5 de octubre de 1986).
Este Corazón es Jesucristo resucitado y vivo, que amó a cada hombre hasta la cruz, que está cerca de cada hombre, que le ama ahora con corazón compasivo y misericordioso, que le quiere introducir en la vida misma de Dios.
El Corazón de Cristo es fuente del Amor misericordioso. El amor de Dios es un amor fiel y tierno, compasivo y misericordioso; permanece a pesar de nuestras debilidades y muestra la ternura de Dios: todo lo que decimos del amor de Jesucristo está unido con la misericordia de Dios, como lo hizo santa Faustina Kowalska. El Corazón abierto de Cristo es el símbolo de esa misericordia siempre a la búsqueda y espera de todo ser humano llamado por Dios a participar de su gloria. Dios quiere derramar su misericordia sobre el hombre, y a menudo éste no le deja espacio para hacerlo porque el hombre no le abre su corazón, no reconoce su miseria con confianza. La miseria no reconocida es obstáculo a la misericordia.
Nuestra misión como Iglesia es atraer a todos los hombres a Cristo; para ello hemos de confesar y proclamar la misericordia de Dios, llevarla a la práctica e invocarla en todo lo que hacemos. Evangelizar el mundo es llegar y llevar al Corazón de Cristo, revelación del amor misericordioso del Padre. El costado traspasado de Cristo es la fuente a la que debemos recurrir para conocer a Jesucristo y experimentar su amor misericordioso para vivir de esa experiencia y testimoniarla con obras a los demás.
Que este día, pues, sea para nosotros un momento importante de acrecentar nuestra devoción al Sagrado Corazón de Jesús y acogiendo sus promesas, nuestras acciones sean auténticamente vivas y fecundas.