Tener un presidente y un Gobierno no significa que la legislatura sea útil para la sociedad. En estos momentos la legislatura está acabada, muerta, sin futuro. Tenemos un gobierno más preocupado en buscar argumentos para todos los asuntos que surgen en la prensa que en ofrecer soluciones ante los problemas que tienen los ciudadanos. Un gobierno, además, que de forma descarada, como nadie se había atrevido, intenta influir en los jueces para que los presos catalanes salgan de prisión. Lo nunca visto.
El otro día escuchaba a una ministra (no recuerdo el nombre y tampoco me esforzaré en hacerlo por los días que le puedan quedar en el cargo) diciendo que Sánchez, con su comparecencia en Naciones Unidas, había puesto a España en el mapa mundial. Se ve que González, Aznar, Zapatero y Rajoy nunca salieron del país, nunca se reunieron con ningún dirigente internacional, y se limitaban a ir de pueblo en pueblo a degustar la gastronomía local.
Las palabras de la ministra muestran de nuevo esa superioridad ideológica a la que estamos tan acostumbrados. Si Sánchez va a Naciones Unidas, la imagen de España se ve reforzada. Cuando iba a Rajoy, España se arrodillaba ante los países poderosos. Tenemos un gobierno sin proyecto, con un presidente insolvente que imagino que debe preocupar a socialistas históricos, y unos ministros que irán cayendo como mosc–as si se mantiene el ritmo de las informaciones de los últimos meses.
Lo peor es que, pese a todo lo que aparece y publica, la debilidad gubernamental manifiesta, Sánchez no tiene la más mínima intención de convocar elecciones. Ocupa el tiempo en buscar argumentos para no dimitir, en explicar lo de la tesis, los plagios, los viajes en helicóptero para ir a bodas o conciertos, las rectificaciones con tantos temas, y algo que debería empezar a preocupar de verdad: la falta de confianza empresarial. Y lo peor es que la alternativa en el otro espectro político tampoco ofrece demasiadas garantías.