La política expansionista romana consistía básicamente en atraer las lealtades de los pueblos de sus áreas de influencia, unas veces por afinidad y proximidad, otras veces por sometimiento de fuerza, y otras simplemente instigando rebeliones entre cabecillas de un mismo territorio.
Un caso conocido es el de Sagunto. Esta ciudad estaba en territorio de influencia Cartaginesa pero Roma consiguió atraer hacia sí la parte descontenta de la aristocracia posicionándolos de su parte. Lógicamente, esto se conseguía prometiendo unas contraprestaciones hacia los caudillos en potencia que debían ‘transfugarse' (quiero decir, rebelarse).
Cierto es que Roma usó innumerables veces estos subterfugios para conseguir sus objetivos partidistas e imperialistas, y no tenía ningún inconveniente en sacrificar posteriormente a sus aliados como ocurrió en el caso de Sagunto, a la cual no envió ayuda al comienzo de las hostilidades y acabó asediada y tomada al cabo de 8 meses, a pesar de todas las promesas.
Lo que sí tenía muy claro Roma es que debía quedar siempre legitimada ante sus actuaciones ya que una guerra sin justificación no estaba bien vista, tanto en el seno del pueblo romano como en sus aliados o vasallos. Por ello, la retórica en sus argumentaciones se elevaba hasta el máximo retorcimiento, trasgrediendo pactos y acuerdos y emitiendo descalificaciones o falsedades de toda índole hacia sus adversarios.
Si ahora cambiamos Roma por PSOE y adaptamos la literalidad de la violencia al sentido figurado, ¿no os resulta todavía más familiar esta historia? Casi sin querer hemos obtenido una fiel descripción de aquello en lo que se ha convertido el partido socialista de nuestros días.
Ahora mismo podemos ver en riguroso directo la aplicación de estas antiguas prácticas. Armengol era una acérrima defensora de Sánchez y una vez éste ha llegado al poder de mano de los nacionalistas catalanes nos encontramos con unas inversiones que la mismísima presidenta balear ha calificado como insuficientes. Los recursos que debían ir a cubrir las necesidades de los ciudadanos baleares se han quedado en tierras catalanas o, mejor dicho, en manos de los políticos independentistas que tienen al gobierno de Sánchez secuestrado. ¿Y se sabe algo del tan ansiado REB después de tantas promesas?
Aunque lo cierto es que no hace falta ni saltar de isla. En Ibiza también podemos ver estas formas de actuar en los nuevos candidatos socialistas. El PSOE de Simón Planells, con el beneplácito de Vicent Torres, auspicia las malas artes de la política y da cobijo a una tránsfuga de manual. Recurren a la torticera interpretación de que el pacto antitransfuguismo lo aplican tan solo a los miembros del PSOE, evadiendo el propósito principal de dicho pacto, que es el de evitar que se degrade todavía más la percepción de la clase política y de nuestra democracia.
Los socialistas han adaptado esa forma de ‘expansión pacífica' a la perfección.
Tal vez la regeneración democrática quede en estos casos en el mismo sitio que la apertura del CETIS, o que las políticas de vivienda del Consell. Los pactos antitransfuguismo parece que se cumplen tanto como los códigos éticos y los programas electorales. El PSIB-PSOE está siendo víctima de sus propias contradicciones. Parece que en su caso da igual la renovación generacional; las malas ideas y las malas prácticas siguen sin erradicarse. A este PSOE no le importa lo más mínimo ni la lealtad política, ni el respeto a los ciudadanos.