Luisi ha hecho popular Güímar organizando excursiones a «Sálvame» con sus vecinos, invitando a sus presentadores a este pueblo tinerfeño, con honores dignos de poetas o personas de prestigio, ofreciéndose para albergar la momia de Franco o trazando líneas azules para dividir localidades limítrofes. Desde las pasadas elecciones se presenta con un eslogan, «Vota a Luisi», que ha sustituido el anagrama azul del Partido Popular, y cuyo tufo recuerda a aquel orondo Jesús Gil en «Las Noches de tal y tal», exhibiendo sus vergüenzas de cintura para arriba en un jacuzzi cuajado de modelos sonrientes, para demostrar que en esta España de pandereta y «Torrentes» la verdad siempre supera a la ficción. Me lo contaba el pasado jueves en la entrega de premios del I Congreso de Ocio Nocturno Spain Nightlife, que tuvo lugar en la Costa de Adeje, el alcalde de un municipio cercano, haciéndome abrir mucho la boca y entornar los ojos.
Yo, que tenía ganas de pisar otra isla, de moverme en otros aires y de comparar playas, aires y leyendas, me quedé prendada de aquella historia sobre una alcaldesa aficionada a la prensa rosa, a las polémicas y capaz de convocar un concurso de «Miss Cachonda», y de «Miss Estrecha», así como de impulsar licenciaturas de «Follometría» sin despeinarse.
Cuanto más buscaba sobre aquella particular «heroína» en Internet, esa maravillosa hemeroteca que nos permite conocer en unos minutos historias dignas de novela, más me sorprendía que liderase desde 2013 un bastón de mando, para gobernarlos a todos, a golpe de polémicas y sin dar solución a problemas endémicos de este enclave que reproduce a la perfección lo que ocurre en muchos otros lugares, donde el pan y el circo continúa primando sobre una correcta gestión. No en vano Luisi Castro ofreció su municipio para que las cenizas del dictador Francisco Franco tuviesen un nuevo hogar y organizó una nueva excursión a Madrid, esta vez para visitar con sus vecinos el Valle de los Caídos, en vez de repetir en su particular documental de homo poco sapiens preferido. «Imaginen convertir a Güímar en un punto donde nostálgicos de la dictadura franquista y del fascismo en general, pero siempre dentro del marco de la Constitución, puedan venir a recrearse con diferentes atracciones como «El tren de la bruja comunista», «La noria del represaliado» o «Los cochitos locos de las sacas», lo que viene siendo entretenimiento para toda la familia», ha llegado a afirmar, proponiendo también un museo de cera con réplicas de los ministros «más molones» de la dictadura o una exposición permanente amparada bajo el título «Mira todo lo bueno que hizo Franco, rojo desagradecido». En este esperpento de mal gusto agrega la posibilidad de representar un musical sobre Carrero Blanco, aprovechando los hoyos de sus canteras.
Luisi quiso implantar la cría de búfalos, tiñó su cementerio y Ayuntamiento de azul «popular», para aprovechar la pintura que compró para sembrar una ralla limítrofe que separase su pueblo del colindante, e hizo del mal gusto y del esperpento su sello personal. Aun así, muchos vaticinan que revalidará su cargo en las urnas, puede que elevando un metafórico «Sálvese quién pueda», o demostrando que en nuestro país saltamos más que votamos y demostramos aquella frase que enunció un general invasor de las primeras colonias romanas en el Siglo IV a. de. C.: «curiosas tribus las hispanas, que prefieren ser gobernadas por gente vulgar e ignorante, antes que por sabios y nobles, para no sentirse inferiores a ellos».
Hoy seguimos bailando en esta España Invertebrada donde Luisi se balancea con Jorge Javier Vázquez y con Belén Esteban mientras sus votantes se escudan en el «más vale malo conocido, que bueno por conocer», y yo no puedo dejar de maravillarme de esa condición humana que permite que Luisi sea lo que más recuerde de mi escapada a Tenerife y la culpable de esta sonrisa y de estas letras.