Formentera fue un día un lugar en el que las puertas de las casas estaban siempre abiertas. Algunos incluso habían olvidado donde guardaban las llaves.
Hace algunos años empezaron los robos a las grandes mansiones de gente adinerada que atesoraban objetos valiosos que empezaron a desaparecer.
Más tarde empezaron a robar en los apartamentos turísticos, cambiando de manos buena parte del presupuesto que el turista había previsto gastar en la isla.
Pero los residentes continuaban con las puertas abiertas, con la confianza de que a «los de casa» no se les roba.
Pues vayan buscando las llaves, que eso se ha acabado.
Una o varias bandas se dedican a entrar en las casas y a llevarse lo que haya, sin ningún criterio concreto: una cámara, un portátil, dinero, una bicicleta, un equipo de buceo, un coche. Si, si un coche. Eso de robar un coche suena a antiguo, es muy setentero. Pues también toman las llaves y se llevan el coche. Muy inteligente, robar un coche en una isla pequeña donde no hay escapatoria. Pero el coche, ya te lo han robado, para luego abandonarlo en un descampado. Lo dicho, muy setentero.
Y la nueva moda es entrar en las casas mientras sus habitantes están durmiendo. Imagínese abrir un ojo y encontrarse a un caco echándole mano a su cartera. Mal asunto. Que en la isla faltan efectivos de policía local es algo que todos sabemos. Por lo visto, la ley Montoro no permite nuevas contrataciones. Por cierto que Montoro ya hace tiempo que no está pero su ley ahí sigue y nadie la toca. Y la Guardia Civil con sus refuerzos veraniegos y todo, pues ahí deben estar, a sus cosas. Una pena enorme te invade cuando la desconfianza se instala en tu casa. Como dice un amigo: «Los paraísos destiñen».