Por el temporal Ibiza ha quedado aislada de Formentera. Así los explican los formenterenses, que son mucho más isleños que los británicos. Orgullosos de su isla hermosa y coqueta, la salvaje Formentera, base de piratas durante siglos es hoy una colonia de corsarios italianos. ¿Habéis escuchado el grito ardiente de una ragazza cuando una lagartija mordisquea su dedo gordo en la dunas de Migjorn? ¡Ah, tal agudo es digno de la Scala!
Si Ibiza está solitaria en estas fechas, y hasta el pintor Antonio Villanueva confiesa mantener monólogos con pacientes olivos, qué decir de la misteriosa Formentera, la isla con el mayor hándicap alcohólico del Mare Nostrum, donde he visto a sus indígenas tumbar fácilmente a muy machos mexicanos que presumían de desayunar una botella de tequila.
En días de temporal solo la Joven Dolores se atrevía a cruzar los Freus para llegar a Formentera, Ophiussa, Frumentaria…. La robustez de sus nativos era explicada por la falta de matasanos. Sus mujeres, que viven en un entorno más romántico que el de las famosas hermanas Bronte, mandan dulcemente y tienen fama de brujas blancas.
Ahora se puede ir a Illetas, esplendorosamente solitaria, y darse un baño tal como Dios nos trajo al mundo; y luego beber un Ricard y hacer la corte a cualquier criatura gozosa que despierte el invierno de nuestro corazón. Porque o bien se vive cada vez más intensamente o uno se despeña en las brumas del deterioro publicitado por algoritmos robóticos.
¿Pretenden dictarnos cómo vivir? ¡Ja, que se vayan al cuerno! Aquí tenemos la cornucopia y por nuestra sangre corre fuego y vino. Y en Formentera, miserable mortal, es fácil recobrar el amor por la vida.