Somos sociales, nos sentimos concernidos colectivamente, nos encanta donar sangre y ayudar desbordando el propio ‘yo' para alcanzar el ‘nosotros'.
Cuando la amenaza es global, entendemos que la respuesta al unísono debe ser colectiva. Está en nuestras manos, en la higiene y en las conductas, minimizar el daño, los sufrimientos.
Confiamos en los otros y esperamos que confíen en nosotros. Reciclamos por el bien común. Nos implicamos en la responsabilidad solidaria.
Habrá egoístas, insolidarios, especuladores, pero la mayoría sentimos la obligación moral como un acto de esperanza en la humanidad, de libertad asumida.
Es la acción fraterna la que da sentido a asumir incomodidades individuales. El apoyo mutuo, la coordinación, nos permite captar que no estamos solos, que no somos seres aislados.
Transmitir pautas de actuación coherentes, mostrar la ejemplaridad de las acciones, es necesario como detonante de un compromiso cívico que anhela contribuir.
Quien ostenta representación y reconocimiento social debe transmitir confianza en quienes aportan humilde y calladamente generosidad y compromiso.
La situación actual, a diferencia de la acontecida en el 11M, demanda perseverancia, manejo del equilibrio, de los tiempos.
La fatiga, la inconstancia, los interrogantes y las dudas son componentes del ser humano, que piensa y se conduce no desde una aséptica racionalización, sino desde la vivencia de secuenciadas emociones.
Tiempos de incertidumbre y temor, también de compromiso, de esperanza, de revisión de nuestra forma de vivir, colectiva e individual.
Cooperamos, esa es la verdad. No es momento de competir, de levantar fronteras. El mundo es uno para la transmisión de enfermedades y para combatirlas.
El yo y mis circunstancias orteguiano se reconvierte en las circunstancias que confunden al yo con el tú. Nos ayudamos, nos necesitamos.
Estamos convocados a una tarea colectiva, interpelados como ciudadanos. Es hora de sacrificios compartidos. Estamos con los vínculos y apegos en cuarentena, siendo la sociabilidad la que nos hace humanos.
Ante esta prueba de estrés, reconoceremos la importancia de las denostadas ‘pantallas', buscaremos compartir sonrisas para sobrevivir cuerdos, nuestra actitud positiva hará que cuidemos nuestra vestimenta en el hogar, el lavado del pelo, etcétera, por respeto al otro, y por no caer en el riesgo cierto de abandonarse.
En este tiempo indefinido, en lo que nada de lo que acontece es normal y todo va muy rápido, en cascada, y sin embargo todo se para, vemos en el prójimo anónimo un aliado. Ya nadie nos es ajeno.
Hemos de elevar el ánimo colectivo, respirar esperanza, no transmitir aislamiento ni alejamiento. Busquemos el interés general, mentalicémonos ante el dilema de no ver a quien se desea contactar.
Seamos muy conscientes de que lo único irreversible es la pérdida de vidas, pero recordemos y dispongámonos a ayudar a los mendigos; a los presos; a los afectados por Alzheimer; a los que padecen claustrofobia; a los más mayores, solos, aislados y temerosos. Cabe en muchos casos el acompañamiento telefónico (WhatsApp; Skype), si bien hay ancianos que no tienen red social, toda la información la obtienen de la televisión. ¡Cuidado con no estigmatizar!
Veamos la fuerza de nuestro tejido social ante los múltiples contagios silenciosos. Se precisa información clara, concisa.
Los ciudadanos, además de resignarnos, hemos de tener una tarea, una responsabilidad, un hacer algo por los demás, en este caso, saber que estar confinados es una necesaria aportación. Vivimos en la incertidumbre y esta genera miedo.
Quienes se involucran desde la medicina, la enfermería, la psicología y otros ámbitos sanitarios compartimos un sentimiento profundo de utilidad, pero no se dude, cada persona y desde su hogar además de descubrir las muchísimas tareas que se pueden hacer en casa comprobará que pueden ser parte esencial de una red de apoyo, de afecto, de compromiso social.
Vivir con y para los demás, pues, como el hilo entrelaza las perlas, la solidaridad engarza otras virtudes que nacen de la conciencia humana.
Escuchemos a Platón: «Buscando el bien de nuestros semejantes; encontramos el nuestro».