El santo Evangelio nos habla de la parábola de los talentos. Todos hemos recibidos unas cualidades, unos dones, unos favores. El uso que hagamos de los talentos que hemos recibido debe servirnos para agradar Dios, y para el bien de nuestro prójimo. Pidamos al señor que por la Eucaristía le sirvamos con amor y consigamos los gozos eterno. Cada uno debe poner en juego lo que es y lo que tiene, aunque nos parezca muy poca cosa. No nos pongamos, de los bienes recibidos, orgullosos; recordando a San Agustín: ¿Qué tienes que nos hayas recibido?
Los bienes espirituales y materiales deben ser aprovechados para que fructifiquen en beneficio de los pobres, de los que necesitan una mano amiga o una persona que les escuche con paciencia y amor, una palabra de aliento y de consuelo. Hemos de ver en el necesitado al mismo Jesucristo. Que los pobres vean en nosotros la bondad y el cariño del Señor. Hoy celebramos la Jornada munida de los pobres. “Todo cuanto hicisteis por uno de estos mis humildes hermanos - dice Jesús- , a Mí me lo hicístéis”. El talento no era propiamente en una moneda, sino una unidad contable, que equivalía aproximadamente a unos cincuenta kilos de plata.
Nuestro señor Jesucristo nos enseña la necesidad de corresponder a la gracia. Si ponemos verdadero interés, esfuerzo y amor en nuestra vida, el Señor nos ayudará para que los talentos recibidos - muchos o pocos-, fructifiquen para el bien de todos. No podemos esconder ni menospreciar los dones que Dios nos ha regalado. Necesitamos amplitud de miras y un corazón generoso. No se trata del número de dones de naturaleza y de gracia recibidos del señor. Lo importante es la generosidad para hacerlos fructificar. No son suficiente buenas palabras, son necesario obras; pero además de las obras para ayudar a los necesitados, también hemos de acoger con amor y respeto a los demás.
Hace muchos años en cierta capital, un pobre suplicó ayuda a un señor, en cual dijo al menesteroso: lo siento, hermano, pero no llevó dinero. El pobre contestó: ya me da bastante llamándome hermano. ¡Cuánto bien se puede realizar hablando con cariño y respeto! Nuestro amor a Cristo se hace patente con obras y palabras. Hacer el bien, sea el que sea, nos llena de gozo, alegría y amor. Este es el premio mejor. Bendigamos al Señor y no olvidemos sus beneficios.