En esta hecatombe general que fagocita España y destruye su tejido económico a un ritmo de maldición bíblica que parece únicamente no advertir el Gobierno, sus numerosos Ministros, sus todavía más numerosos Consejeros y la cifra incalculable de expertos (aquí al menos nos hemos ahorrado el inexistente Comité de Expertos que nos confinó en casa durante la primera ola) colocados a dedo, no dejo de formularme una pregunta: ¿Cómo es posible que con la que está cayendo, un día sí y otro también, tengamos que asistir perplejos a los disparates y caprichos ideológicos tan infinitamente alejados de los problemas acuciantes que sufre el pueblo español por parte de los que nos gobiernan? Por qué, con la ciclogénesis explosiva que desde marzo descarga sobre España el Diluvio Universal de las fatalidades, la mayoría de las noticias que nos llegan a los ciudadanos de a pie y, máxime, estando en la situación desesperada en la que estamos, son como mínimo para emular a los ciudadanos ucranianos que se lanzaron eufóricos a la calle para arrojar a sus representantes políticos a los contenedores de basura completamente indiferentes a si estaban llenos de residuos o no.
Cómo no preguntarse, qué puede pensar ese empresario que cada día ha de repasar las cuentas y hacer mil malabares para no cerrar su negocio o, directamente arroja la toalla y lo cierra, al leer que el Gobierno ha decidido subirse el sueldo tan solo hace dos semanas (deben creerse merecedores de dicho reconocimiento al haber logrado durante las dos olas víricas consecutivas situarnos a la cabeza mundial en todos los datos económicos y sanitarios negativos) o contemplar que cuatro Ministros y parte de la oposición asisten en masa al fiestorro de Pedro J. Ramírez, mientras a ellos se les prohíbe atender a la clientela en el interior de sus locales.
Qué puede pensar ese ciudadano que ha de hacer cola para pedir alimentos en las filas tercermundistas del hambre (de tanto viaje a Venezuela era normal que se nos pegase algo) al descubrir que una de las prioridades del Politburó bolivariano, es la de la restauración de la República, la aclaración de los crímenes del franquismo o la creación (eso sí, en versión saga Torrente) de una copia de la Stasi para controlar lo que se dice, se piensa y se murmura, por supuesto, fuera de lo que es correcto y políticamente recomendable decir, pensar o murmurar.
Qué deben pensar los muchísimos sectores económicos que mendigan ayudas en el desierto de las administraciones y la burocracia, al escuchar que hay señales de tráfico sexistas, que el rosa y según qué posturas cosifican a la mujer, que los algoritmos son machistas o que los socios del Gobierno impulsan una ley para que los niños puedan cambiar de sexo sin el permiso de los padres (es lo que tiene crear un Ministerio nuevo y regalárselo a una pija que en su casita de muñecas jugaba a cajera).
Qué pensará cualquier familiar de los miles de ancianos abandonados a su suerte o fallecidos en la más absoluta soledad al descubrir que el Komirten dispondrá de un presupuesto histórico de 11.3 millones de euros para la exhumación de fosas del franquismo (¡Gracias, Secretaría del Estado de Memoria Democrática, esos huesos y los que medran de las subvenciones te lo agradecen profundamente!) o que el que fuese nombrado (¡aquí se nombra y reparten cargos como el que intercambia cromos!) para coordinar los servicios sociales y las residencias de mayores (¿No estaba también en la Comisión de Control del CNI?), el omnipresente Pablo Iglesias, está en estos momentos por tierras bolivianas, supongo que recabando información de los enormes logros alcanzados en dicho país para poder aplicar políticas similares posteriormente en España.
Y, a la postre, qué pensarán esas miles de familias españolas desahuciadas que deben contemplar como toda su vida desaparece en un instante y en el horizonte solo despunta un futuro de miseria y paro al enterarse que el Gobierno va a regalarle a Marruecos 130 todoterrenos por un importe de 9 millones de euros o que nada más aprobar el Fondo Europeo de Recuperación, de la limosna de 140.000 millones de euros asignada, le faltó tiempo al día siguiente a la Ministra González Celaya para anunciar que España ayudaría con 1.700 millones de euros a países en vía de desarrollo para luchar contra el Covid 19. Ojo, para que no haya suspicacias, las ayudas se canalizarán a través de ONGs (¡Ja, ja, ja!), agencias de la ONU, organismos multilaterales (¡ja, ja, ja!), entidades financieras internacionales (¿Soros, el Club Bilderberg?) y diferentes expertos (intuyo que posiblemente lo gestione el mismo Comité de Expertos que resultó ser inventado, o sea, de ultratumba!). Lo que nos están anunciando a gritos, en román paladino, (supongo que debió costarles lo suyo aguantarse la risa), es que aquí va a trincar parné hasta el tato.
Decía, y me viene a la cabeza las imágenes cada vez más abundantes de esas familias con hijos abandonados en la calle tras un desahucio, en qué pensarán esos padres al ver cómo se aloja en hoteles de hasta cinco estrellas a aquellos que entran en nuestro país infringiendo la ley o por el mero hecho de ser menores extutelado se les asigna una ayuda que en algunas Comunidades Autónomas alcanzan los 664 euros. Ahí es nada, no olvidemos que el Rey de Marruecos acaba de comprarse en el pasado mes de octubre un palacio en el centro de París por 80 millones de euros (¿de verdad tenemos que regalarle todos esos todoterrenos y encima, cuidar a sus críos?).
Así está el país, así lo he contado…
P.D Los que están al mando de este Titanic que se dirige a todo trapo contra el iceberg, este Lusitania que reta al submarino alemán o de este MV Wilhem Gustloff, que ya está en línea de colisión con la estela de los torpedos rusos, han dado una vez más muestras de su destreza al timón y su grandísimo sentido patriótico al pactar con el separatismo catalán la exclusión del castellano como lengua oficial del Estado y vehicular en la enseñanza. O los echamos, o terminamos todos comiendo piedras.