Es sumamente difícil conjugar las palabras y los verbos adecuados para describir en su totalidad la demencia sectaria y el fanatismo del Gobierno que padecemos los españoles y que, semana tras semana, irrumpe como un alud sobre nuestras vidas con un sin fin de decretos, medidas y acciones que, si por un casual las hubiese aplicado o sugerido un político de derechas, de inmediato habría incendiado las calles y provocado gravísimos disturbios (¿he de nombrar de nuevo las protestas por un perro y el silencio asqueroso ante el sacrificio de los 93.000 visones?). Sus sicarios; (esa chusma disfrazada de negro y cubiertos con pasamontañas) ocupas, porreros, menas, antifascistas, comunistas trasnochados y ninis unineuronales de Firts Date, siempre están solícitos para lo que digan sus amos y, a la postre, estos para lo que les ordenen los suyos, los que realmente manejan los hilos (¡desde allende de nuestras fronteras!) de las marionetas que fingen mandarnos desde el Congreso de los Diputados.
No pasa nada, chitón, el español tiene la piel curtida, extremadamente dura, casi de hierro y está acostumbrado a los desaires, al saqueo permanente y las imposiciones de sus gobernantes. ¿Cómo si no podría interpretarse el que en plena vorágine destructiva de nuestro tejido social y empresarial, cuando por segunda vez un nuevo terremoto de magnitud 7 en la escala Richter se ensaña con los escasos cimientos en pie que han sobrevivido a la primera sacudida del Covid 19, el que el Gobierno considere oportuno subirse el sueldo para escarnio de los millones de afectados que lo han perdido todo o luchan entre los temblores y escombros del seísmo por salvar unos pocos enseres? Es fácil, nos consideran idiotas, es más, además de considerarnos profundamente idiotas y sumisos, en su desmesurada soberbia, nos creen un pueblo sin redaños, un pueblo abonado al mientras nos quede pan y circo… Otra explicación no concibo ante tamaña muestra de prepotencia y desdén hacia sus siervos.
No pasa nada, ya lo definió Joseph Maistre (1753-1821), ya sabéis: «cada pueblo tiene el gobierno que se merece», aunque no me llega para calibrar qué diablos hemos hecho los españoles para merecer tamaño castigo durante tantas veces y tantísimo tiempo.
Pero, no pasa nada, nada, nada de nada, si uno es aficionado a las colas en el SEPE (¡por favor; ¿hay alguien ahí, alguien que pueda contestar el teléfono?), la administración mastodóntica y esteril, la malversación de dinero público en chiringuitos ideológicos y los impuestos, pues vota lo que vota y sigue feliz consumiendo telebasura o fútbol mientras sus hijos se ven obligados a estudiar en una lengua que no es la propia para garantizarse el fracaso escolar seguro.
No pasa nada, en España nunca pasa nada, te ponen la bota en el cuello los de los 10.000 coches oficiales, las mascarillas para ricos y los nuevos Ministerios para queridas, y corremos a la tienda de chuches a por palomitas para ver el clásico.
Pero, no por contrastadas, hasta las tragaderas de los españoles tendrían que tener un límite, algo así como la famosa línea roja que jamás de los jamases ha de traspasar ninguno, pero nunca; ese acto inconcebible y repugnante que para cualquier político, por el mero hecho de concebirlo, debería provocarle ipso facto el destierro de la vida colectiva. Y voy al grano, Bildu no es otra cosa que los restos del naufragio de ETA, la banda, tras un periplo de cambios de imagen y nombres, depositó en dicha franquicia las ascuas de su estrepitosa derrota por el Estado con la esperanza de que algún día volviesen a ser la antorcha con la que incendiar España. Bildu, no es otra cosa que un enfermo moribundo al que las instituciones (vascas y nacionales) administran generosamente oxígeno cada vez que parece que va a palmarla (El PNV, llegó a practicarle el boca a boca tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, así es, con lengua icluida y todo).
Bildu, en definitiva, son fieras cobardes travestidos en no sé qué parodia de hombres de paz, matarifes venidos a menos que hace solo dos telediarios señalaban a las víctimas, proporcionaban llaves y matrículas y decidían sobre la vida y la muerte de los maketos, los txakurras y los cipayos.
Esto, parece ser que, menos los menguados mentalmente de izquierdas, (los mismos que se tiran de los pelos por crímenes acaecidos hace 80 años y buscan supuestos culpables franquistas en los pergaminos de la historia), lo sabe todo el mundo, sobre todo sus víctimas, los familiares de estas y los más de 150.000 vascos que tuvieron que abandonar su patria chica porque los totalitarios de izquierda los tachaban de fascistas o colaboradores (¿O suena de algo, el adjetivo de facha?) y ya sabemos cómo solucionaban en los años de plomo esos problemillas los actuales socios del Gobierno.
Y es esa la mayor ignominia del PSOE, su nuevo acto imperdonable, el que por enésima vez hayan traicionado a las víctimas, las hayan humillado gratuitamente al pactar con aquellos que arropan bajo sus siglas a sus verdugos. Bildu, esa reliquia anacrónica marxista tan aficionada a los recibimientos y homenajes a los gudaris analfabetos y a demandar todo tipo de derechos para aquellos zumbados que se los arrebataron todos a más de ochocientas personas.Por que, si en la reciente historia de España hay algún episodio digno de resaltar y del que todos somos deudores, sin duda alguna es el de la resistencia de esos vascos valientes, las de las fuerzas de seguridad del Estado, los militares y el resto de ciudadanos españoles que sufrieron los zarpazos de aquella turba de pistoleros, les plantaron cara y escribieron una de las páginas más heroicas de resistencia y valor que ha conocido nuestra patria en el último medio siglo.
Y esto lo deberían entender los felones que nos gobiernan; el que si no lograron doblegar al pueblo español los tiros en la nuca o las bomba lapa, menos lo va a conseguir el atajo de miserables que cambian dignidad y soberanía por votos, por más leyes que nos impongan. Y, ya de paso, a las plañideras ilustres del partido que siempre salen a escena tras las traiciones habituales del PSOE a España con sus pactos con asesinos y traidores a España, menos lloros y pucheros mediáticos, y renunciad a los cargos y los privilegios que tenéis y tirad a la basura el carnet con el puño que ha dejado de coger una rosa para estrujar el hacha y la serpiente.
P.D El problema de traspasar ciertas líneas rojas es que uno acaba enmierdándose todo de rojo, en este caso, de sangre.