Sentido común es proteger aquello que amamos: a nuestras familias, amigos, entorno, mares y sociedad. Sentido común es velar porque todo lo que nos hace felices no desaparezca, se mantenga en el tiempo y pueda seguir brillando para hacer de este mundo un lugar más amable. Sentido común es cuidar hoy a nuestros padres y abuelos como ellos lo hicieron con nosotros, desde la paciencia, entrega y generosidad, sin esperar nada a cambio. Sentido común es limpiar aquello que ensuciamos e intentar reducir al máximo nuestro consumo de energía, alimentos o recursos para que nada de lo que apreciamos desaparezca para siempre. Sentido común es decir la verdad y mantenerla en el tiempo, ser honesto con los demás y con nosotros mismos y pensar más allá del hoy para llegar a tiempo al mañana.
Lo que más pena me da en este momento, en este 6 de diciembre de un año incierto, es que el sentido común es el menos común de los sentidos; que ser normal parece hoy algo extraordinario y que los valores en los que a muchos nos educaron un día, alimentados por décadas de sacrificios y de nobleza, han pasado de moda.
Hoy hace 42 años que se promulgó la Constitución Española, un documento en el que se plasmaron nuestras obligaciones y nuestros derechos para que nadie volviese a pisotearlos y cuya permanencia peligra entre olas de odio e ignorancia. Un texto entre cuyas líneas se limpiaron las heridas de una guerra dictada a balazos entre hermanos y en la que la mayoría decidió ocultar las cicatrices de la dictadura porque el sentido común y el bien general eran más importantes que ese frío en su piel y aquel horror en las cunetas. Hoy, los que no vivieron aquella historia despiertan fantasmas de esos días y calientan a quienes ni siquiera han osado leer la carta magna para enfurecer a las masas, de una y otra línea, porque las manadas enfadadas corren más rápido y piensan menos. Hoy, los que nos quieren dividir de nuevo, separándonos como carneros entre izquierda y derecha, sin permitirnos tener ideas propias y balar en el centro, se reparten el país como si fuesen cromos y pactan hasta con el demonio para volver a la casilla de inicio si esa es su única forma de seguir jugando.
Hoy el sentido común no existe y nos invitan a celebrar la Navidad más triste de nuestras vidas viajando entre comunidades, juntándonos con allegados y brindando en esta barra libre de locos donde los borrachos de poder ganan y los que intentamos salvarlos nos ahogamos poco a poco. Un gobierno que desgobierna, que airea su falta de acuerdos y de criterios y que se olvida de que su deber no es legislar, sino ejecutar acciones y defender nuestro estado de bienestar, repartiendo bien nuestros impuestos. Valiente gesta para los que no saben mirar más allá de su cielo. Las dos facciones de las que me hablaron los libros de historia tienen hoy de nuevo los colmillos brillantes y afilados y cocinan el caldo de cultivo de este 6 de diciembre con demasiadas cosas malas y nada bueno.
¡Qué triste vergüenza esta que me recorre al escucharlos gritarse desde un palco donde se muestran como actores tan poco creíbles que sus arengas suenan a las de los vendedores ambulantes de pócimas del pasado!
¡Qué pena que los que hemos decidido protegerlos a todos y quedarnos en nuestras casas nos sintamos hoy tan solos escuchándoles hablar de nuestros nuevos muertos, otra vez, como si fuesen números! ¡Qué tristes son estas cunetas y qué frío es este puto invierno!