Todos conocemos cómo se ha producido la meteórica carrera de la ministra de Igualdad y es razonable pensar que sin el apoyo de Pablo Iglesias no estaría donde está. Aparte de sus años de cotización en el Congreso de los Diputados, y ahora algo más de un año como ministra, Irene Montero solo trabajó en un supermercado, un trabajo un digno pero insuficiente para ocupar un puesto en el Consejo de Ministros. Me hubiese gustado que entre el esforzado empleo en el supermercado y su actual cargo de ministra Irene Montero hubiese trabajado en alguna empresa (o incluso la hubiese creado ella misma y crear puestos de trabajo, que tampoco pasa nada) para demostrar su valía.
Evidentemente eso ya no será posible, pero ya que es ministra sí podemos exigirle que no dé patadas al diccionario de la Lengua Castellana cada vez que acude a participar en un mitin de Podemos. Eso de “niños, niñas o niñes” es tan aberrante, tan absurdo, que no acabo de entender que no haya dirigentes de Podemos que le digan a la ministra que no siga haciendo el ridículo, que ya no es una militante más de la formación morada que hace méritos ante el gran líder, sino que ahora mismo tiene un puesto de responsabilidad y, por suerte o desgracia, nos representa a todos como ministra del Gobierno. Cuando ya había perdido la fe en los políticos, hasta la propia ministra Carmen Calvo ha dicho este domingo que no está de acuerdo que se diga “niños, niñas e niñes”. Imagino que ser más progre que nadie no le da derecho a ir en contra de la Real Academia de la Lengua, a no ser que los académicos sean todos unos fascistas, pero la última tontería de la ministra es de vergüenza ajena. De su gestión mejor ni hablamos.