No les voy a descubrir nada nuevo si les digo que esta maldita pandemia nos está volviendo a todos un poco majaras. Llevamos año y medio sin abrazos ni besos espontáneos y acostumbrándonos a guardar una distancia prudencial con nuestros semejantes. El ser humano es gregario por naturaleza y esto de ver limitada su libertad de movimientos lo lleva mal. En un año y medio hemos vivido confinados y nos hemos tenido que acostumbrar a juntarnos lo estrictamente necesario y con todas las medidas de seguridad.
La semana pasada vimos cómo unos centenares de humanoides se pasaron por el arco del triunfo las medidas anticovid para gozar desinhibidamente de una danza maldita en pleno parque natural.
No se trata de un hecho aislado, la operación se repetía día tras día en Formentera a la puesta de sol y todo muy bien organizado: equipo de música, dj, speaker y bebidas para todos.
Hasta tal punto que el Consell de Formentera decidió cerrar el acceso al parque natural a las 6 de la tarde para evitar aglomeraciones. Como era de esperar, los danzantes no se rindieron y trasladaron la «fiesta» al otro extremo de la isla, donde repitieron el guateque.
Intento buscar explicación a este comportamiento absurdo, peligroso e insolidario y me cuesta encontrarla. ¿Es posible que el efecto Formentera les haga pensar que son inmunes al virus?, ¿Es probable que la pandemia les haya afectado hasta tal punto que hayan perdido transitoriamente la conciencia?
También he llegado a pensar que quizá los esté sobrevalorando y simplemente son imbéciles y ya está.
No hay suficientes efectivos para aplicar la ley ante estas hordas descontroladas, pero algo habrá que hacer y pronto o esto se va de las manos y las consecuencias pueden ser terribles. Todavía queda mucho verano, cuídese.