En los últimos años el debate de las tareas escolares ha saltado a la opinión pública generando posturas muy diferencias a favor y en contra. Existen publicaciones, como la de Alfie Kohn (El mito de los deberes), que reflejan que no existe efecto positivo asociado a ellos. O la teoría pedagógica de Harris Cooper (La regla de los 10 minutos) que determina que los que hacen deberes tienen mejor resultados que los que no.
A favor de los deberes podemos encontrar aspectos relacionados con el desarrollo del niño, dado que ayudan a aprender a organizarse, a planificar su tiempo, a ser disciplinado, etc. Estás prácticas se entiende que les serán de gran utilidad en la vida adulta. Otros aspectos positivos tienen que ver con fijar los conocimientos adquiridos en el aula, mejorar el rendimiento académico, permitir que las familias se involucren en el proceso educativo de sus hijos, conectando el contexto escolar con la vida cotidiana.
En contra de los deberes la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido que los niños españoles se sienten “presionados” por las tareas escolares y que esto genera situaciones de estrés y ansiedad significativas. Frente a los aspectos relacionados con el desarrollo del niño, como aprender a organizarse, planificar su tiempo, la disciplina, etc. Existen otras maneras que demuestran más eficacia, como pueden ser las tareas del hogar, la participación en actividades extraescolares, el juego, etc. Por otra parte, si los alumnos son evaluados parcialmente por lo que hacen fuera del aula se producirá un efecto discriminatorio.
Merece una mención aparte la combinación deberes-familia. Son muchos los profesionales que relacionan los deberes con la desigualdad y la inequidad. Dependerá de los recursos socioculturales, económicos y laborales de los padres. Dado que no todos podrán dar soporte mientras sus hijos realizan la tarea, no todos podrán disponer de un profesor de apoyo, no todos dispondrán de tiempo, etc. Muchas familias expresan que los deberes son un yacimiento de conflicto entre padres e hijos, entre otras razones, porque los progenitores en su función de ayuda carecen de capacidad didáctica o porque la mayoría desconocen la metodología que se lleva a cabo en el aula.
Generalmente, los deberes pueden restar tiempo de ocio familiar, donde a través de actividades lúdicas se adquieren conocimientos y competencias básicas necesarias para la vida. Puede ser más operativo que un padre o madre refuerce las matemáticas pidiendo a su hijo que le acompañe a realizar la cesta de la compra, que ayudándole a resolver un problema del libro de matemáticas. Y tampoco, existe un consenso entre el profesorado en materia de deberes, por consiguiente puede que esta “función” familiar aparezca y desaparezca dependiendo del docente.
En conclusión, me gustan los profesores que junto a los deberes de sus alumnos adjuntan indicaciones para las familias, explicando cómo y de qué manera pueden realizar la función de ayuda. Y me fascinan más aún, aquellos profesores que son capaces de fijar los conocimientos transmitidos en el aula a través de las tareas cotidianas de una familia y no a través de repeticiones ya realizadas en el aula.
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