Lo de la recepción del Hospital de Formentera es digno de un estudio psiquiátrico. La atención al público es tan lamentable que parece ya algo asumido en la isla, como si eso fuese lo normal. Este es un espacio en el que igual se presenta alguien para urgencias como pide hora para una analítica o viene a renovar recetas. Peculiar, como el Hospital en sí, que comparte espacio con el centro de salud. Llevo 11 años viviendo en la isla y, por fortuna, voy poco al hospital, pero todas las veces que he ido, sin excepción, me he encontrado con malas caras, respuestas inadecuadas, normas inventadas y una preocupante falta de educación.
Y hablo de personas diferentes, por eso digo lo del estudio, que igual es el espacio que cuenta con un aire viciado que provoca esa mala leche generalizada. Habrá alguna excepción, pero yo no me la he encontrado. El otro día, delante de mí, había una mujer que se retorcía de dolor mientras la recepcionista estaba de cháchara con un compañero dando la espalda a la paciente. Después de unos minutos, la mujer dijo: «Perdona...». La mirada que recibió fue fulminante y la respuesta, un destemplado: «¿Qué quiere?».
La mujer contestó que se encontraba muy mal y necesitaba atención urgente. «Un momento», y siguió con la cháchara. Cuando se dignó a atender a la enferma, le soltó: «Pues va a tener que esperar unas horas, que hay mucho trabajo». ¡Sí, señora!, animando al personal. Curiosamente, la mujer, que seguía con claros síntomas de un dolor agudo, fue llamada enseguida y, según me contó al salir, los sanitarios la atendieron amablemente y solucionaron su problema. Qué contraste. El área de salud tiene un problema serio que no ha abordado en muchos años a pesar de las muchas quejas. Nadie va al hospital por gusto, pero encima tener que aguantar bufidos... Pues eso.