No tengo ninguna duda sobre que la práctica de actividad deportiva es saludable. Mens sana in corpore sano, frase que define claramente la correlación entre la salud física y la salud mental. Pero para que el deporte llegue a ser educativo se necesita recorrer un camino más allá de la simple actividad física.
Cuando un entrenador durante un partido grita continuamente: «Somos un equipo», «jugamos en equipo» o «defendemos en equipo», sería bueno preguntarse si en los entrenamientos ponen en practica estrategias para que los chicos aprendan a trabajar de esta manera. Personalmente, me parece que en el deporte hay mucho de currículum oculto.
Se cree que, si un grupo de chicos practica un deporte colectivo, les estamos enseñando a trabajar en equipo. Pues nada más lejos de la realidad. El hecho de hacer algo entre varios no es un indicativo de saber o aprender a trabajar con un mismo fin. En el ámbito educativo se utiliza la educación en competencias. Es decir, si yo quiero que los chicos aprendan a trabajar en equipo, tengo que realizar de manera intencionada y planificada estrategias y actividades para que adquieran la competencia necesaria del trabajo cooperativo.
Por otra parte, cada día es más común escuchar a padres y madres comentar cómo algunas competiciones deportivas acaban convirtiéndose en espacios conflictivos. No hace falta mencionar acciones extremas como agresiones e insultos a árbitros y jugadores contrarios. Basta con menospreciar el fallo de un compañero de nuestro hijo, criticar al entrenador o pretender que nuestro hijo sea el Rafa Nadal de turno. Frente a estos y otros hechos, muchos clubes han tenido que apostar por desarrollar normativas que regulen los comportamientos de los familiares a través de decálogos de comportamiento, restricciones, carteles, notas informativas, etc.
En un curso sobre prevención en el deporte, un entrenador me dijo: «Todo esto de educar está muy bien, pero a mí me exigen ganar. Si no ganamos, los padres se llevan a los hijos a otros clubes». La verdad es que esta afirmación me sorprendió. Mi contestación apresurada fue que el modelo de club lo definen los técnicos, directivos, entrenadores, etc.
Si desde el principio los objetivos y las prioridades están definidas, la familia sabrá en qué modelo deportivo inscribe a su hijo.
A favor de este estilo, me he encontrado con clubes que han sumido su función educadora. Han priorizado los valores por encima del éxito deportivo. Son espacios de integración, socialización, aprendizaje de competencias individuales y sociales, donde se prioriza la diversión, el respeto al compañero y al rival, el compromiso con el grupo e incluso desarrollan estrategias de autoestima y salud a través de su práctica deportiva. En alguna ocasión he escuchado que se autodefinen como «un club familiar» que transmite valores.
Pues la respuesta, sobre si el deporte educa, no está en el tipo de deporte, sino en la manera de entenderlo y transmitirlo.
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