James Green fue el jefe científico de la NASA hasta el pasado 1 de enero. Más de 40 años en la agencia espacial y los últimos 12 encargándose de marcar los pasos de las misiones científicas.
Una vez jubilado, el señor Green –irónico apellido, enseguida entenderán– ha revolucionado al personal anunciando que tiene la certeza de que Marte y Venus se pueden «terraformar». Yo puse la misma cara que usted al leer el término terraformar, que resulta que es un proceso hipotético para convertir estos planetas en habitables para el ser humano.
La flipada de Green es de una magnitud sin parangón. Se trata de construir escudos que protejan a estos astros de la radiación solar, lo que presuntamente les permitiría generar una atmósfera respirable, primero en Marte y luego en Venus. Ya tiene que ser bueno el escudo que la temperatura ahora en Venus es de 453 grados centígrados.
Alucino con la prepotencia del ser humano. Es la filosofía de considerarnos el centro de todas las cosas y el fin absoluto de la creación. Es lo que conocemos como antropocentrismo en su máxima potencia.
Plantearse estas cosas en un momento en el que un bichito al que ni siquiera podemos ver tiene a toda la humanidad contra las cuerdas me parece una sobrada para la que no encuentro adjetivo. Realmente somos unos fantasmas.
No tenemos bastante con cargarnos nuestro planeta, con más de un millón de especies en peligro de extinción, bosques y océanos terriblemente amenazados, que nos planteamos ir a reventar también el resto del sistema solar.
Ideas de bombero-torero, salidas de la cabeza del ex jefe científico de la NASA, demuestran claramente que estamos abocados a nuestra propia extinción y no tardaremos mucho.
Y otra cosa. ¿Alguien le ha preguntado a los marcianos y venusianos que opinan de todo esto?