Esta semana se celebra en Madrid una de las ferias de turismo más importantes del Mundo. A ella no faltan las empresas turísticas más importantes del país y, por supuesto, un nutrido número de administraciones públicas que acuden en busca de visibilidad y promoción. En ella existen frenéticas reuniones y se reproducen constantes presentaciones que descubren las bondades de cada destino. En el caso de las Pitiusas, nadie se quiere quedar fuera de la foto y es por ello que los políticos acuden en masa a este encuentro para visibilizar el «intenso» trabajo que desarrollan en estas jornadas.
La realidad de FITUR no puede distar más de lo que se nos vende. Las costosas presentaciones que se exponen tienen como único público los políticos que, con dinero público, las han sufragado. Su impacto es inversamente proporcional a la pompa con la que nos las venden. Por otro lado, también se hacen grandes anuncios y se emiten mensajes de esperanza turística mesiánica que tan sólo sirven para rellenar páginas de periódicos, dado que, nuevamente, sus únicos destinarios reales somos los residentes.
Selfies, fiestas, cenas y saraos son la tónica diaria en la que los políticos se deleitan para mayor gozo. Son sus jornadas de fingida convivencia pagadas por el contribuyente. Su participación en FITUR no dista demasiado de un campamento de verano en el que niños, niñas, niñes y niñus acuden para divertirse y desconectar de su ardua rutina.
Su presencia en esta feria turística cada día es más prescindible, a diferencia del trabajo realmente relevante que hacen las empresas que acuden, las cuales sí cierran acuerdos, dotando de sentido su presencia en esta feria. No se extrañe si la semana que viene encuentra a alguno de sus representantes públicos con depresión postvacacional.