El vino, el aceite, la sobrasada marcan la frontera entre el mundo civilizado y los bárbaros. En Ibiza se producen desde hace milenios y concentran la fuerza telúrica de una isla sagrada, portando a las venas brío, salud y gozo de vivir. Nada que ver con la vulgaridad de tantas cadenas globales de hamburguesas de gusto-susto, que encima pretenden burlarse de la religión cristiana (con la musulmana no se atreven) mientras son causa directa de tristes y fofas generaciones.
Tras perderme voluptuosamente por los campos de Benimussa pude asistir, junto a la Academia de Gastronomía de Ibiza y Formentera, a una cata de aceites, brindis báquicos y un festín de embutidos en Can Benet. El propietario, Joan, es un romántico con ojos de al.lot y la bendita tolerancia del que ha fumado buenos puros. Nos paseó por su preciosa finca en la que crecen olivos y viñas y vuelan las becadas, esa ave reina de la cocina cinegética que Daniel Busturia ha prometido cocinar.
El oro líquido de Benet es un aceite de maravillosa calidad con gran personalidad ibicenca. Su trato amoroso, cuidadosa selección y extracción en frío conservan las fabulosas propiedades; y un solo traguito de la variedad arbequina limpió mi cabeza de las telarañas de la resaca de la noche anterior.
También ayudaron los vinos de Can Rich, las ancestrales sopas gofies que preparó Antonio Beneyto y una sensacional sobrasada de Sa Perxa, que recupera al porc negre paseando en libertad y devorando algarroba por las Pitiusas. Eso es obra de Xavi Prats, hijo de mi amigo Pepe, quien montó el chiringuito en que mejor he comido, en Cala Carbó.
Quien ama el placer, ama la vida. Y estos Benet son una familia de sibaritas que contagian alegría con un producto excelente.