Que el paladar británico fue refinado gracias al curry no lo niegan siquiera los ingleses más feudales. El Kamasutra o arte de amar hindú escandalizó su mentalidad victoriana, pero algunos outsiders, como el explorador Richard Burton, extendieron la cultura orgásmica más allá de Fuckingham Palace.
El problema es cuando algunos bárbaros ingleses pretenden ponerse creativos en la cocina o en la cama y salen cosas tan aberrantes como el sándwich de paella o el Tampvodka, que consiste, aunque no os lo creáis, en remojar un támpax con vodka y emplearlo como mejor convenga.
El resultado unisex suele ser una cogorza instantánea y un lavado de bajos de lo más efectivo.
Dicen que el sándwich fue inventado por Lord Sandwich para poder seguir jugando a las cartas mientras trasegaba un tentempié. Pero entonces era de fiambre y luego llegaron los pepinillos, algo que ha ido variando hasta llegar al sándwich de paella con chorizo, que es tan vulgar decadencia como pasar del bridge a las máquinas tragaperras.
Según leo en la web del Periódico de Ibiza, hasta la Guardia Civil ha tomado cartas en el asunto y anuncia que admitirá denuncias al respecto de esa aberración llamada sándwich de paella. Y eso que una fuente me informa que, tal sándwich, es uno de los favoritos del presidente Sánchez cuando vuela en el Falcon para ofrecer algún soporífero mitin con la ilusión zapatera de tensionar el ruedo ibérico.
La buena comida y el civilizado beber son fundamentales para el hedonista que no necesita pactar con el diablo porque no quiere joder a los demás. Sin vino, la cultura se evapora y acabamos en la mera supervivencia de H2O o leche de cabra; la buena digestión es fundamental para hacer política armoniosa. Urge vigilar el cátering de Moncloa.