Vuelve la feria de turismo más importante de España y la más sobrevalorada. Para un destino turístico como Ibiza, se trata de un evento imprescindible para nuestras principales empresas del sector pero, sobre todo, para toda la gama cromática de políticos que acuden como vaca sin cencerro a esta cita. En ella siempre se hacen los mismos augurios y se habla de cifras récord; los comunicados y las noticias podrían hacerse de un año para otro.
La verdadera utilidad escondida detrás de toda la pompa y boato que rodea la feria es el escaparate que supone para los políticos con o sin oficio (pero siempre con beneficio). Es su particular resort, como un campamento exclusivo para cargos públicos en los que desconectar y mostrar su sonrisa más cínica. Ya no es que acudan concejales de turismo o funcionarios de dicha área, sino que acuden de todos y cada uno de los estratos administrativos e incluso de la propia oposición. ¿Su labor allí? Hacerse selfies, comilonas, fiestas, paseos y fingir que tienen reuniones «muy importantes». Que no le quepa la menor duda al lector que vuelos, hoteles y ocio se sufragan con sus impuestos.
FITUR es el lugar mágico que consigue que políticos de izquierdas se fotografíen orgullosos con Matutes y que reine la sintonía entre adversarios. Por si fuera poco, las administraciones elaboran una serie de campañas carísimas con presentaciones espectaculares, cuyo único público son los mismos políticos y asesores ibicencos que los han encargado. Trascendencia: 0. Por no hablar de la falsa imagen de una Ibiza virgen y paradisiaca que venden con playas desiertas y meharis circulando sin tráfico.
Tras la feria, ahora sólo falta que nos hagan llegar los datos falseados del supuesto efecto retorno de la inversión millonaria que supone acudir.