La vulgar dictadura de la corrección política se extiende imparablemente desde esa capital del aburrimiento que es Bruselas, especialista en copiar lo peor de Washington. Si en la dulce Francia quitaban la pipa de Jaques Tati para suprimirla por un chupachups, en España la televisión pública comete el traidor maquillaje de borrar el tabaco en los labios del filmado. Así pude ver al matador, Luis Miguel Dominguín, llevándose la mano a la boca frecuentemente, porque TV no quería mostrar el sempiterno cigarrillo que fumaba.
Eso mismo pasó a este nada humilde cronista en un vídeo filibustero que borraba (cosas de los analfabetos digitales, quienes solo fuman porros) la doble corona de un Hoyo de Monterrey.
Comenté el caso de Dominguín con Domingo, filósofo y limpiabotas del madrileño bar Richelieu. Ambos llegamos a la conclusión que con tantas prohibiciones tratan de cargarse la espontaneidad para transformarnos en criaturas de corral igualitario. ¿Cómo hemos sobrevivido tantos años? Ahora todo lo regulan con la excusa de la salud, pobres gilipollas totalitarios de cualquier partido.
Bueno, al menos en Madrid nos dejan fumar en las terrazas, lo cual permite beber a gusto y alienta las confidencias. Y cuando le digo a Domingo lo bravo que estuvo Ramón Tamames, que habló con seny y ridiculizó al cursi chulesco que tenemos de mandamás en el congreso de los imputados, se le iluminan los ojos y me dice que Ramón es hijo de don Manuel, el médico de Dominguín.
¡Claro que sí! En el libro A Dangerous Summer, del enamorado de España Ernest Hemingway, sale frecuentemente don Manuel Tamames, médico humanista que recorría las plazas de toros. Y enciendo otro puro en la luminosa mañana madrileña.