Recuerdo hace muchísimos años, en los 70, cuando a la España en blanco y negro de Franco nos llegaban noticias sobre los asombrosos cambios en la sociedad de los países nórdicos, entonces embarcados en una revolución de la que todavía no se han descabalgado. Mi madre se sorprendía y le apenaba que allí cada vez hubiera más hogares unipersonales, que la gente decidiera motu proprio, vivir en soledad. Para quienes pertenecíamos a un mundo de familias numerosas y bulliciosas, aquello era una rareza incomprensible. Cincuenta años después, llega a España esa tendencia imparable. El aumento de los divorcios, la extensísima esperanza de vida –mucho más acentuada en mujeres que en hombres– y la moderna mentalidad de que, en el fondo, no necesitamos a nadie para ser felices y vivir a gusto, ha provocado que millones de personas vivan solas, viajen solas, vayan al cine solas e, incluso, acudan a un restaurante para disfrutar de su gastronomía favorita... a solas.
Pues resulta que, para el gremio empresarial hostelero, esto también es un problema.Porque cuando a una mesa se sientan cuatro le sacan un rendimiento que desaparece cuando hay un único comensal. Por eso, en algunos locales de Barcelona han prohibido la opción de comer o cenar en solitario. Por codicia. Ante esto hay dos opciones, sentar a dos solitarios desconocidos a la misma mesa y forzarles a compartir conversación y manteles, o más fácil aún, a los que nos gusta la vida de uno en uno daremos la espalda a esos negocios y elegiremos otro sitio. O, mejor aún, nos quedaremos en casa, a solas, pediremos comida a domicilio y seguiremos disfrutando de lo que más amamos: la lectura, ver series, hablar con el gato y pasar olímpicamente del resto del mundo.