La ira es enemiga de la templanza, sin la cual nada pudo ser perfecto». Lo escribió Fray Alonso de Castrillo en 1521 (citado por Lorenzo Silva en su última novela, Púa), una sentencia que se mantiene vigente en pleno siglo XXI. Sin duda los sociólogos deben poder explicar las razones del incremento de la violencia cotidiana que deteriora la convivencia hasta extremos muy preocupantes.
Sin entrar ahora en la gravedad del ensañamiento contra las mujeres y la sucesión de casos de agresiones machistas, más frecuentes en verano, han crecido las situaciones de crispación que terminan en peleas, en ocasiones tumultuosas y con palos y cuchillos de por medios, con balances que no siempre se quedan en los simples golpes. Como si la insufrible tensión permanente de la política se trasladara a la ciudadanía, aunque pueda parecer un contrasentido porque nunca antes la política ha estado tan alejada del interés de los ciudadanos. Durante este mes de agosto, festivo por excelencia en la mayoría de pueblos y ciudades de las Islas, las verbenas de algunos lugares han terminado convertidas en auténticos campos de batalla entre grupos de jóvenes que continúan con sus enfrentamientos en sucesivas convocatorias de festejos populares.
La furia no es un fenómeno exclusivo de concentraciones multitudinarias de jóvenes, o no tanto. Las referencias a los desmanes protagonizados por turistas excedidos de alcohol han proliferado de tal manera que apenas ya si llaman la atención, son una nota más en las secciones de sucesos de los medios. Una alta ejecutiva de una cadena hotelera mediana, con establecimientos en diferentes puntos de las Islas, expresaba su desasosiego por el creciente número de incidentes en sus hoteles, prácticamente diarios y en muchos casos con destrozos en las instalaciones y se preguntaba si circula alguna nueva clase de estupefaciente que incita a la violencia. Los casos alcanzan extremos como el del conductor apalizado brutalmente después de haber dejado su coche en doble fila en una calle de Son Cladera, o el vecino de Santa Catalina agredido por un grupo al que había recriminado por hacer demasiado ruido en la calle a las tantas de la madrugada.
Las redes que nada tienen de sociales han devenido la jungla en la que se desatan buena parte de los conflictos que terminan a puñetazos en la calle. Javier Martín, jefe de Seguridad Ciudadana de la Policía Nacional detallaba la existencia de propuestas en Internet con llamamientos como «las mejores peleas de Mallorca» o «si tienes grabada alguna pelea, mándala» como exponente de una realidad: grabarlo es uno de los objetivos de la pendencia (Mallorcadiario.com). Encontronazos en los que a veces un «me has mirado mal» ha sido el detonante. En este contexto, el anonimato cobarde de las redes es el escenario para el insulto y la descalificación de las personas como medio de contestar cualquier argumento o afirmación.
El sentido común lleva a pensar que la educación reglada sería la vía a explorar para reconducir tal estado de cosas, pero la imposibilidad manifiesta de los políticos para ponerse de acuerdo en un sistema educativo de futuro conduce a la melancolía. Si quienes deberían dar ejemplo de tolerancia prefieren la afrenta, difícilmente habrá motivos para abandonar el pesimismo.
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