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Tribuna

Upside Down

Dos personas en un banco. | Piet van de Wiel en Pixabay

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Conocerán Stranger Things, una serie de televisión estadounidense dirigida por los hermanos Duffer y coproducida por Netflix, que se estrenó en 2016 combinando el suspense, la ciencia ficción y el terror, en una atmósfera ambientada en la estética de los 80 y situada en el pueblo ficticio de Hawkins. Su punto de partida se encuentra en la existencia de una copia perfecta del mundo humano situado justo bajo nuestros pies. Un mundo subterráneo, paralelo y simétrico al real, de una dimensión alternativa y hostil, conocida como Upside Down, al que se accede a través de un portal abierto tras la realización de experimentos con niños que disponen de poderes mentales de entre los que destaca Once, la auténtica protagonista de la serie. Este enigmático mundo al revés es un espejo del nuestro, pero más oscuro y frío, lleno de esporas, enredaderas y tormentas eléctricas, que se encuentra desprovisto de vida humana. Su único morador es un depredador, más feo que una nevera por detrás, denominado Demogorgon, al que en sucesivas entregas se unirá la presencia de Vecna, un ser maligno y diabólico que atormenta mentalmente a sus víctimas antes de eliminarlos de forma sádica y cruel.
También aquí, sin necesidad de recurrir a la ficción, existe un mundo paralelo más sórdido y turbio que el real. Y es que, si son de los que usan las nuevas tecnologías y no se encuentran anclados a su edición impresa, hojearán el periódico desde sus dispositivos pudiendo comprobar cómo, justo bajo los pies de cada noticia que se publica en el mundo real, se abre una dimensión alternativa, un auténtico mundo del revés, tan oscuro y sombrío como el Upside Down. En él, cualquier persona, sin necesidad de identificación alguna y, por tanto, desde el más absoluto anonimato, con el peligro que ello conlleva, puede realizar todo tipo de comentarios, críticas, burlas, escarnio o desprecio, al hilo o no de la noticia publicada. Eso es lo de menos. No se requiere un documento nacional o certificado digital que acredite la identidad del usuario, que sería lo suyo. Tan solo registrarse con un pseudónimo o nick para empezar a interactuar en este mundo digital con total impunidad, como un Demogorgon agazapado en la oscuridad esperando sigilosamente a su presa. Como imaginarán, la tormenta es perfecta. Es como darle un mechero a un pirómano. Ya decía Leo Harlem, conocido humorista patrio, que «Las redes sociales se usan para hacer el cabrón». Tal cual.

Es cierto que esta realidad paralela, en ocasiones, cumple su legítima y deseada función. Pueden encontrarse en ella opiniones o reflexiones correctas y acertadas, aun discrepantes o que puedan molestar, que suman y aportan, contribuyendo a la formación de una opinión pública libre, que al final es de lo que se trata. Sin embargo, la mayoría proceden de troles o haters, auténticas alimañas que solo buscan provocar a los lectores, ofender a los protagonistas o, simplemente, dinamitar el hilo de correctos comentarios de otros usuarios sin saber muy bien con qué finalidad. Los hay que parece que no hayan desayunado All Brand, como rezaba el anuncio de la conocida marca de cereales, y ya desde primera hora de la mañana empiezan a disparar como auténticos pistoleros a sueldo de los antiguos westerns. Se opina sobre personajes cuyas circunstancias personales, familiares o profesionales se desconocen por completo. Da igual el tema de que se trate, porque manejan todos con una solvencia pasmosa. Y mientras al medio de comunicación se le exige prudencia y verificación, ellos prescinden por completo de tales elementos. Para qué. Algunos parecen estar conectados todo el día, como si no tuvieran otras ocupaciones de mayor interés, rollo La vieja del visillo de La hora de José Mota. De hecho, hasta se tienen calados los unos a los otros, siendo frecuentes sus disputas sobre la base de su diversa ideología política o su dispar origen isleño o peninsular. Y claro, todo ello sin caer en el insignificante detalle de que todo lo que sueltan por esas teclitas, en ocasiones rozando el odio o el más absoluto desprecio, no lo hacen a pecho descubierto, como ocurre en el mundo real de la gente tangible, sino desde el más absoluto y cobarde anonimato que les ampara, por ahora, en esa dimensión paralela.

Es sabido que no debe prestarse atención a lo que ocurre en ese mundo siniestro y tomárselo tan solo como lo que es. Pero lo confieso Señoría, me declaro culpable. En alguna ocasión he pecado y he cruzado el portal, como Once, para acceder a esta otra dimensión y ver que sucede más allá del mundo real, so pena de encontrarme a los depredadores en su hábitat natural. Mal hecho, lo sé, ya lo sé. Porque en este lado oscuro te posicionan en una determinada ideología o creencia por el mero hecho de expresar una opinión sobre hechos objetivos, sin mayor pretensión o interés que la de contribuir a que el lector forme su propio juicio de forma libre. No saben que, como cantaba Alaska y Dinarama en A quién le importa, «No soy de nadie, no tengo dueño». También se percibe en este submundo una errónea consideración sobre nuestra condición de miembros del Poder Judicial, lo que no te exonera de tener, como cualquier ciudadano, libertad de opinión y de expresión fuera del ámbito del ejercicio de la labor jurisdiccional. Ya ven, nosotros también votamos, aunque no lo haya hecho nunca. Como no, te recriminan que defiendas y exijas medidas beneficiosas para el colectivo que representas y, a la postre, para toda la ciudadanía, cuando precisamente esa es la finalidad para la que fuiste elegido, no para resolver el conflicto de Gaza, que para eso ya están otros. Y, por si fuera poco, hasta te atribuyen la culpabilidad sobre la existencia de puntos de venta de droga o sobre el problema de la vivienda que tanto nos preocupa a todos, como si además de toga portáramos una varita mágica que nos otorgara un poder omnicomprensivo para curar todos los males. Al final tengo la sensación de que todo lo que diga podrá ser utilizado en mi contra.

Por eso, quiero desde aquí hacer un llamamiento a todos estos habitantes del Upside Down del periódico. También a los asiduos, ya de la casa, como X, Nick Son, Piter Ibiza o Gatobardo 1, a los que le siguen otros muchos como Enric Enric, Bosón de Higgs, Vileru, Pep T, Pues vaya, Gertrudis, Sa Figuera Grossa, Pipi Calzaslargas o Jacinto Venaveinte, pasando por el siempre culpable confeso Soy facha. Pongámonos cara. Veámonos frente a frente. Hagamos una quedada. Tomemos un café mirándonos a los ojos. Charlemos, intercambiemos opiniones, reflexionemos juntos, conozcámonos personalmente. No es justo que sepan mi nombre y conozcan mi cara y yo no sea capaz de reconocerles. Dejen de permanecer en la oscuridad escondidos tras sus fríos ordenadores. Olviden su anonimato. Sean valientes. Podríamos llamarlo algo así como «Unas hierbas con… Demogorgons», como hacen en Ebusus en las aburridas tardes de invierno. Y así, cuando nos conozcamos, podemos gritar todos juntos aquello con lo que acaba otro asiduo comentarista sus opiniones en este rotativo… ¡Viva la Pepa!

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