El Grinch es una especie de duende verde, un ser gruñón y malhumorado que pretendía robar la Navidad para acabar con ella por siempre. La odiaba profundamente, como Ebenezer Scrooge en el Cuento de Navidad de Charles Dickens, por el consumismo imperante y la falsa apariencia de amor y bondad generalizada que nos invade durante estos días llenos de regalos y adornos, de luces y canciones, de felicidad y solidaridad, pero que desaparecen al poco de comenzar el año nuevo, una vez se retorna a la rutina, sacando a relucir la evidente hipocresía predominante durante esta época. El personaje fue creado en 1957 por el escritor estadounidense Theodor Seuss Geisel en su libro Cómo el Grinch robó la Navidad, siendo llevado posteriormente a la gran pantalla en diversas ocasiones, como en la película del año 2000, protagonizada por Jim Carrey, o en la de animación de 2018, producida por Illumination y distribuida por Universal Pictures.
Párense a pensar. Todos llevamos dentro un Grinch o conocemos a uno de ellos. Viven entre nosotros y son fácilmente reconocibles. Tienen auténtica fobia y animadversión a la Navidad y a todo lo que tenga que ver con ella. Tanto que, en cuanto escuchan cantar a los niños de San Ildefonso, ya están deseando despertarse y que sea siete de enero. Pensar en tener que visitar y felicitar a sus familiares o compartir mesa y mantel con ellos los desestabiliza emocionalmente. Les enloquece la idea de tener que engullir ingentes cantidades de comida, con una amplia selección de dulces, que después supondrán duros días de ayuno para recuperar la forma perdida si se quiere llegar a tiempo a la operación bikini. Les agobia el destrozo que van a sufrir en sus bolsillos, porque los gastos se disparan hasta el punto de convertir la cuesta de enero en el coloso Tourmalet. Hasta les chirría tener que escuchar Villancicos por la calle sonando en bucle y a todo volumen por la megafonía, lo que consideran más propio de una depurada técnica de tortura china que de una festividad supuestamente alegre. Pero lo que más les inquieta es tener que soportar esa especie de nube rosa empalagosa que se apodera de cada rincón de nuestras vidas, con decoraciones horteras de lazos, piñas, velas y acebo, con recaudaciones solidarias para los que no tienen tanta suerte y que parece que solo lo pasan mal durante esta época del año o con felicitaciones de lo más moña e impersonal que se reciben de personas con las que no has tenido ningún contacto desde las navidades pasadas y no lo volverás a tener hasta las siguientes.
Nochebuena es un momento de recogimiento, de estar en familia esperando como cada año, en paz y harmonía, el nacimiento de Jesús. Esa tarde todos llegan pronto a casa. Hay mucho que preparar y hace falta arrimar el hombro. Un grupo se atrinchera en la cocina, convertida en un campo de batalla, donde se elaboran distintos platos de una tacada con cantidades ingentes, mientras alguno ejerce de inspirado pinche colocando la comida de forma artística. El otro grupo se ocupa del attrezzo, ya saben, mantel y servilletas rojas, la cubertería buena, las copas más rococós que puedan imaginar y, en especial, todo tipo de pequeños detalles con forma de campanita, angelito o cualquier otra tontada con tal que lleve purpurina. Los más pequeños van por libre mientras esperan la llegada de los regalos de Papá Noel, que es lo único de todo esto que les importa. ¡Ay!, que felicidad. El árbol de Navidad iluminado y abarrotado de bastoncillos de caramelo, los calcetines gigantes colgados de la chimenea... solo falta que nieve para que sea igualito a una de esas típicas películas navideñas que inundan estos días la programación.
Ya está todo listo para comenzar. Hasta ha llegado a mesa puesta el cuñado que siempre aparece tarde por los motivos más variados. Vaya, otro año que no ha hecho ni el huevo en todos los preparativos. Eso sí, descuiden, porque trae temas interesantísimos para compartir con los comensales, como la fluctuación de las criptomonedas, las fake news o el cambio climático, cuestiones sobre las que es un reconocido experto tras haber leído cuatro cositas en internet. Sentados ya a la mesa, toca subir el volumen de la televisión. Comienza el tradicional discurso navideño de Su Majestad el Rey y este año viene cargadito con la amnistía, la riada de Valencia, los casos de corrupción política e historias varias. Sí, ese discurso en el que da exactamente igual lo que diga porque al día siguiente unos lo alabarán y otros lo criticarán interpretando de forma radicalmente distinta las mismas palabras según sus propios intereses partidistas. Tras una oración, o no, eso ya al gusto del consumidor, nos dispondremos a tragar como si no hubiera un mañana. Pero no falla. Es meterse entre pecho y espalda el primer langostino y empezar a sonar incesantemente el móvil, porque ya saben que el teléfono es un elemento decorativo más a la derecha o izquierda del plato.
Como si no hubiéramos tenido suficiente con el bombardeo de anuncios de lotería, perfumes, juguetes, cavas y turrones, una caterva de mensajes inunda todos los chats de nuestros dispositivos móviles con textos que ya hubiera querido idear el mismísimo Grinch para contagiarnos su odio extremo por la Navidad. Desde graciosos y originales hasta cursis y repetitivos, que suelen ser los que más. Sí, textos como «el mejor adorno de Navidad es una gran sonrisa y el mejor regalo dar amor a los demás», «que la magia de la Navidad traiga alegría, paz y amor a tu hogar y a tu corazón» o la cursilada esa de «que esta navidad convierta cada deseo en flor, cada dolor en estrella, cada lágrima en sonrisa, cada corazón en dulce morada», se entremezclan con otros como «no culpes a la navidad, ya estabas gordo en agosto», «Papá Noel te ha estado vigilando todo el año, así que no te hagas el bueno a estas alturas» o como «la Guardia Civil recuerda que los que beben y beben y vuelven a beber son los peces en el río». Los hay demoledores, como ese de «si en Nochebuena un gordo llega a tu casa y te mete en un saco, no te asustes. Es que te pedí como regalo de Navidad» o como aquel de «en estas fechas quería mandarte algo increíble, tierno, sexy y dulce, pero no entro en la pantalla». Mátame camión. Ya ven, no aprendimos nada de aquel famoso anuncio de 1997 de la compañía telefónica Airtel que decía, simple y llanamente, «hola, soy Edu, feliz Navidad».
Ya saben que al final el corazón del Grinch volvió a latir dejando de lado su odio a la Navidad y a todo lo que accesoriamente conlleva. Se dio cuenta de que, aunque robara los regalos y los adornos, el espíritu navideño llegaría igualmente a conquistar el corazón de las personas. A ver, que por mí la decoración puede llevársela, ¡pero con los regalos no se juega! Feliz Navidad, y como seguramente no les habrá tocado la lotería, mucha salud para todos. Sí, cuñados y haters incluidos.