El 24 de mayo de 2024 se estrenó en la plataforma Prime Video una miniserie escrita y dirigida por Rodrigo Sopeña y protagonizada por un amplio elenco de reconocidos actores y humoristas patrios como Edu Soto, María León, Antonio Resines, José Mota, Santi Rodríguez o Anabel Alonso, entre muchos otros. La serie, que cuenta con dos temporadas de seis capítulos cada una, se desarrolla a partir del caos generado por un inmenso atasco a las afueras de Madrid que afecta a cientos de ciudadanos que quedan atrapados, viviendo éstos situaciones sorprendentes e inesperadas a medio camino entre lo cómico y lo dramático. Así, un claustrofóbico entorno conformado por una oscura carretera atestada de coches se convierte en el contexto perfecto para narrar toda una serie de tramas muy reconocibles por los espectadores a través de las peripecias a las que tiene que enfrentarse un nutrido grupo de personajes cotidianos tales como las habituales pérdidas de nervios, las discusiones de pareja y hasta un alumbramiento. Y es que los colapsos por inusuales atascos han sido un recurso inagotable de la pequeña y gran pantalla, casi siempre como preludio de inevitables catástrofes naturales que amenazan al planeta y a la propia subsistencia de la especie humana.
Es cierto que estos follones se han asociado habitualmente a las grandes ciudades, esas en las que los vehículos, por presentar una elevada población y un alto índice de movilidad, abarrotan sus centenarias vías, diseñadas en origen para un menor tránsito rodado del que soportan en la actualidad debido al incesante desarrollo económico y social experimentado a nivel global. Que el parque móvil ha aumentado exponencialmente no lo discute ya nadie. De hecho, casi todos tenemos un coche e incluso dos o más. También el transporte público, a todas luces más económico y racional, se encuentra demasiado saturado en la mayoría de ocasiones, lo que ha propiciado la proliferación y el uso de otros medios de transporte alternativos más ágiles, pero también más sufridos, como los ciclomotores y motocicletas, las bicicletas o los siempre cuestionados patinetes eléctricos. Pero lo que hasta ahora tan solo había sido característico de estas grandes urbes y de escenarios apocalípticos de superproducciones cinematográficas se está extendiendo a lugares tradicionalmente libres de este pecado capital como nuestras apacibles islas.
Ya saben que aquí, a poco que concurra cualquier mínima eventualidad, está prácticamente asegurado el más absoluto caos circulatorio. Evidentemente, esto ocurre sobremanera en época estival, cuando la población y los vehículos se elevan a la enésima potencia, especialmente si el día amanece raro y no está la cosa para tomar el sol. Pero también cuando durante cualquier día lectivo caen cuatro gotas o tiene lugar durante el fin de semana la celebración de alguna de las múltiples y multitudinarias pruebas deportivas que se organizan durante las épocas del año de menor invasión. Sin ir más lejos, unos problemas en el acceso al parking de es Pratet, en su entrada desde la Avenida de Santa Eulalia, ocasionaron en esta vía diversas retenciones de consideración con el consiguiente cabreo de los sufridos conductores.
Por mucho que nos empeñemos las infraestructuras existentes ya no dan para mucho más. Las calles son en su mayoría estrechas y antiguas, con un único carril de circulación para entrar y para salir de las poblaciones, igual que las carreteras existentes, como la que une Ibiza con San José o parcialmente la que conduce a Santa Eulalia. Ni qué decir tiene que también la que, en Formentera, conecta el puerto de la Savina con los faros de la Mola o de Cap de Barbaria. No fueron diseñadas para ser receptoras de semejante muchedumbre motorizada, de una marabunta que, por supuesto, no piensa ni por un momento renunciar al placer de transitar de un lugar a otro en sus propios vehículos. Curiosamente la misma que reclama a su vez que las islas se conserven en el estado más virgen posible, porque así todo es mucho más nativo, más salvaje, más auténtico y queda mejor en Instagram. ¡No se puede tener todo en la vida!
El transporte público, más allá de los incansables taxis y dejando de lado las abundantes furgonetas negras existentes, tampoco es que esté para echar cohetes. El número y frecuencia de los autobuses está muy lejos de servir de medio ágil, rápido y efectivo para locales y foráneos. Véase cuanto tiempo se requiere desde que uno sale de casa hasta que llega al aeropuerto con la suficiente antelación para tomar un vuelo. Según cual sea tu destino es probable que incluso más que la duración del trayecto en avión, y eso que se ejecutó la carretera al aeropuerto, recordémoslo de paso, no sin polémica. Además, todo esto ocurre en un lugar en el que resulta complejo, por no decir absolutamente inviable, pensar en otros medios alternativos de transporte como el metro o el tranvía de los que sí gozan otras ciudades. Ni tan siquiera es un lugar especialmente adaptado para el uso de bicicletas ante la ausencia de suficientes tramos de carril bici, aún a pesar de los ejecutados en los últimos años. De hecho, estos carriles son utilizados fundamentalmente por patinetes eléctricos. Sí, esos que han proliferado como setas y que circulan en demasiadas ocasiones a una velocidad inadecuada y sin formación alguna acreditada, con sistemas de freno deficientes, sin garantías técnicas homologadas, iluminación adecuada, medidas de identificación del vehículo o elementos de seguridad obligatorios. Y todo ello con frecuencia en manos de noveles conductores de todas las edades, incluidas aquellas impropias para el manejo de un aparato que zumba más que un Vespino trucado con tubarro y chicle del carburador modificado. Quién no ha podido observar alguno de estos conductores haciendo caballitos, circulando con el móvil o el cigarro en la mano, con los auriculares puestos e incluso junto a otro pasajero subido a su fino lomo. Si no lo han visto solo tienen que sentarse cualquier tarde en alguno de los apacibles bancos de Vara de Rey y observar.
Con todo, los trayectos que normalmente se realizan en cortos periodos de tiempo se eternizan en estas fechas, como las colas en los supermercados del barrio o las reservas en los restaurantes a los que solemos ir cuando hace frio. Se pretende que todo siga igual para mantener el espíritu puro de las islas sin invertir en infraestructuras. Eso sí, mientras tanto, miles de visitantes continúan circulando con vehículos de esos de pegatina en la luna trasera colapsando las vías. Ya saben que lo mejor es recurrir al coche de San Fernando, pero si quedan atrapados en uno de estos atascos siempre pueden aprovechar para vivir situaciones tan desternillantes e ingeniosas como las que muestra la serie. Incluso, si el tiempo de espera se lo permite, pueden hasta visualizar uno de sus divertidos capítulos. No hay mal que por bien no venga. Piensen que peor sería estar atrapados en sus vehículos esperando la llegada del fin del mundo. Eso sí, no olviden que los atascos, como ocurre en las pelis americanas, suelen ser el preludio de una gran catástrofe que amenaza al planeta y a la subsistencia de la especie humana. ¡Sálvese quien pueda!