El día funesto que el PSOE decidió renunciar a su identidad socialdemócrata para diluirse en el magma de partidos de la actual coalición de gobierno se plantaban las semillas del sectarismo y la polarización que han arruinado la vida política. El 1 de octubre de 2016 el comité federal del PSOE echaba literalmente a su secretario general, Pedro Sánchez, y rechazaba sus propuestas de acuerdo con todos los grupos de la extrema izquierda, los nacionalistas incluso los de extrema derecha, los independentistas, los albaceas de la organización terrorista ETA y todas cuantas organizaciones quisieran aportar ladrillos al muro que Sánchez pretendía levantar contra el medio país que no le votaba. El resto es conocido. Aparece en escena el famoso Peugot –doblemente célebre por las dificultades judiciales de sus tres acompañantes: Koldo y Ábalos bajo la lupa judicial y Santos Cerdán en prisión preventiva –, Pedro Sánchez recupera el cargo del que había sido expulsado, inicia la purga en el partido y transforma la organización en su plataforma de poder. El sanchismo ha terminado por sustituir al PSOE para desarrollar las alianzas pretendidas con el único y exclusivo fin de llegar y permanecer en la Moncloa, aun a costa de rendirse a las exigencias de unos socios que no ocultan sus aviesas intenciones respecto de nuestro sistema constitucional.
La presidenta del Parlamento, Francina Armengol, ha presumido reiteradamente de haber sido sanchista avant la letre, es decir, de haber aplicado ya en los años noventa del siglo pasado la política de pactos que han encumbrado a Sánchez. Hace treinta y cinco años, en la organización de los socialistas de Balears se suscitó el debate sobre el modelo de partido entre quienes defendían un PSOE con personalidad propia y diferenciada y aquellos que, encabezados por el entonces todopoderoso secretario general, Joan March, alentaban la opción de alcanzar el poder, al precio que fuera y con quien fuera. Perdieron los socialdemócratas y el fallecido Francesc Antich primero y luego Francina Armengol han podido presidir Balears merced a los pactos con la extrema izquierda y los nacionalistas. Tal cual Pedro Sánchez.
La pregunta recurrente sobre el tiempo que pueda durar la actual legislatura, construida sobre aquel «somos más» de la noche electoral, tiene tantas respuestas como opiniones al respecto. Desde una semana a dos años. Mientras los aliados del sanchismo, ERC, Bildu, PNV, Junts, Sumar, Podemos y algunos más no empujen ligeramente al presidente, ahí seguirá. Sumiso a sus exigencias. Aunque, por otra parte, el murmullo demoscópico proporciona fundamentos al runrún de la posibilidad de un adelanto electoral, incluso de la renuncia de Sánchez. Menos creíble este último extremo por la necesidad presidencial de mantener el estatus ante el temporal judicial que se le avecina y que tan de cerca le concierne. Una información de «El País» habrá hecho saltar todas las alarmas: «Illa podría ser el elegido por los socialistas para suceder a Sánchez en la presidencia del gobierno ante la ausencia de posibles relevos». En éstas se encuentra el sanchismo, mientras la trágica oleada de incendios sirve a la política para recrudecer la confrontación entre gobierno y oposición que provoca, una vez más, ira y decepción.