La imagen del Parador de Ibiza, todavía cerrado y sin fecha conocida de apertura, aunque ya víctima de los grafiteros, es desoladora. El vandalismo no nace del arte sino del desprecio por lo que es de otros y no te pertenece. Pintar una pared ajena, y más si es patrimonio público, no es rebeldía; es incivismo puro y duro. Y lo grave no es solo la pintada, sino que quien la hace está convencido de que no pasa nada, que su guarrada quedará impune.
Lo vemos a diario en las Pitiusas. Suciedad en la vía pública, residuos voluminosos arrojados en las aceras junto a los contenedores, basura donde no toca, etc. El incivismo está presente en la vida cotidiana de los ciudadanos que lo sufren resignados. Por eso no sorprende que el Consell de Formentera prepare una normativa para regular el uso de parques y espacios públicos en actividades deportivas dirigidas. A algunos les parecerá excesivo. En un mundo ideal lo sería, pero en el mundo real, no.
Porque si todo el mundo se comportara de forma cívica, no haría falta regular hasta el último detalle ni amenazar con sanciones. Bastaría con el respeto básico: no molestar, no ensuciar, no apropiarse de lo que es de todos. Pero como el mundo ideal, donde cada vecino se comporta respetando a los demás, no existe, no queda más remedio que echar mano del Boletín Oficial.
No hablo en abstracto. En mi propia calle, un vecino o vecina —todavía no identificado— pasea a su mascota y no recoge los excrementos. Le da igual dejarlos en la acera, justo delante de la puerta de una casa. Me pasó a mí hace unos días y no es la primera. Yo sé que no es ningún esfuerzo agacharse a recoger la caca del perrito, por lo que dejarla allí viene a ser toda una declaración de bellaquería. Como si dijera: «Tu portal y tu casa, tú mismo, me dais absolutamente igual. ¡Jódete y pisa la mierda al salir de casa!»
Hay otro vecino en la calle que, ignoro por qué razón, deja la bolsa fuera del contenedor, en el suelo. Dudo mucho que sea alguien que no tenga fuerza para levantar la tapa y depositarla donde es debido, evitando ensuciar y causar malos olores. Pero ahí está cada día la bolsa blanca en el suelo. Y sospecho que luego será alguien que siempre culpa al ayuntamiento, al servicio de limpieza o a otro vecino. Como aquel que se suelta un pedo en el ascensor y denuncia el olor para encubrir su delito.
Este es el caldo de cultivo del incivismo: la suma de pequeñas irresponsabilidades que degradan la convivencia. El grafiti del Parador es el mismo gesto que la caca en la acera o la bolsa fuera del contenedor. Y frente a eso, la pedagogía está muy bien, pero es insuficiente. Hace falta norma y hace falta sanción. No por afán recaudatorio, sino porque hay quien solo entiende el lenguaje de la multa. Es una pena pero, lamentablemente, es así.
Debemos admitir, muy a nuestro pesar, que una parte minúscula de la sociedad ha decidido vivir sin reglas o infringiéndolas a conciencia. Ante esto es preciso mano dura. Ojalá no hiciera falta. Ojalá bastara con apelar al sentido común. Pero mientras haya quien confunda libertad con egoísmo, no queda otra que recordarle —con ordenanza en mano— que vivir en comunidad obliga. Y que hacerlo bien, en realidad, no cuesta tanto.