En estas fechas navideñas la espiritualidad va pareja con los excesos. Y desde diversos medios recomiendan todo tipo de paliativos para superar resacas, indigestiones, crisis de identidad, broncas familiares, etcétera. Van desde bebidas isotónicas a raros complejos vitamínicos y libros de autoayuda, con lo cual es natural que no haya encontrado ninguno acorde a mi naturaleza, que para eso somos maravillosamente diferentes.
Y además, a estas alturas, ya nos conocemos un poquito y no estamos para coñas. Por ejemplo, esta misma mañana he podido recomponer cuerpo, mente y espíritu con varias mandarinas, cinco huevos fritos con sobrasada, café negro y potente y una botella de champagne. Leo los periódicos del día empezando por las páginas de cultura y brindo por Morante de la Puebla, poemas de ese cachondo mulato, Nicolás Guillén, coco, cacao, cacho, cachaza ¡upá mi negra que el sol te abraza!, y alterno entre mariachis de José Alfredo y suites de Tchaikovski. Al placer con más placer, que el camino de los excesos también conduce al palacio de la sabiduría, como sabía el mago.
Esquivo los bares donde no me dejan fumar y las iglesias vendidas a músicas ye-ye y sermones interminables. Ya dijo el Papa porteño, Francisco, que el sermón no debe ser una filípica interminable. Y sobre la música, con las maravillas sacras que hay, ¿por qué entonces caer en melodías de feria? La espiritualidad también debe mimarse, por eso gusto de hermosos templos solitarios o donde resuenan acordes del prete rosso, Vivaldi, y paseos por la naturaleza que canta y encanta.
Y gozo de la alegría pagana y cristiana de estos días pasados no por agua, sino por mucho alcohol.