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Una jornada en alta mar para redescubrir Ibiza

‘Joves per la mar’ del Club Náutico de Ibiza lleva al alumnado ibicenco a redescubrir el rico patrimonio marítimo pitiuso

Entre otras actividades dirigidas por la bióloga marina Agnès Torres, el alumnado se enfrentó al reto de hacer ‘brular’ un ‘corn’ | Foto: Toni P.

| Ibiza |

Un total de 21 alumnos y alumnas del colegio Sa Real navegaron este miércoles a bordo del velero histórico Saga en una nueva jornada del programa Joves per la mar, organizado por el Club Náutico de Ibiza. Una experiencia educativa, lúdica y profundamente transformadora.

A las nueve en punto de la mañana, con puntualidad marinera, el grupo embarcaba desde el puerto de Ibiza. El día comenzaba con las explicaciones del armador del Saga, Simón Bruaux, quien dio la bienvenida a los estudiantes acompañado por el profesor de matemáticas del centro, César Prohens. Antes de zarpar, Braux ofreció una lección introductoria sobre el barco y los fundamentos de la navegación: qué es la botavara, dónde están la proa, la popa, babor y estribor, o cómo se distribuyen los mástiles.

El Saga, un velero de madera construido entre 1936 y 1946 en Finlandia, es hoy una embarcación de referencia en el puerto de Ibiza, no solo por su porte clásico y elegante, sino también por haberse convertido en una herramienta pedagógica de primer orden. «A bordo, los chicos aprenden la parte fundamental del trabajo de marinero: compartir y cooperar», explicaba Braux con convicción. «Es una oportunidad de llevar al mar a gente que no está acostumbrada a disfrutarlo», añadía.

Durante la travesía, el armador lamentó también la progresiva privatización del litoral y la pérdida del vínculo de los isleños con el mar: «En los últimos años, y más desde la ‘caída’ del Club Náutico de Ibiza, el mar se está convirtiendo en un territorio elitista. Los llaüts se están pudriendo debajo de los árboles». Por ello, reivindicó el sentido último del programa: «Pretendemos conseguir que las nuevas generaciones de ibicencos amen el mar del que muchos de ellos no saben absolutamente nada».
Acompañaban al grupo el capitán Pau Marí, los marineros Jordi Andrés Ros y Guillaume Dimmers, y la bióloga marina Agnès Torres, responsable de guiar la actividad didáctica de la jornada. Para estimular la participación, el alumnado fue dividido en cuatro grupos con temática pirata y corsaria. Se explicó la diferencia entre los piratas —que se quedaban con el botín— y los corsarios —asalariados por el reino—, y se estableció un sistema de puntos en forma de canicas, que Agnès repartiría según el rendimiento de los equipos. No faltaron los pequeños robos y triquiñuelas por parte de los grupos ‘piratas’, que aprovecharon algún descuido para sumar puntos extra.

El rumbo se dirigía hacia Formentera, y el trayecto se convirtió en una clase de historia, biología y cultura. Torres, con un tono dinámico y cercano, consiguió captar la atención del grupo con facilidad. Habló del pasado fenicio de la isla, del yacimiento de Puig des Molins, de la conquista catalana del 8 de agosto de 1235 y de la entrada a Dalt Vila por la Capella de Sant Ciriac. También explicó la construcción de las actuales murallas renacentistas bajo las órdenes del arquitecto Giovanni Battista Calvi en el siglo XVI, como parte del sistema defensivo de Felipe II.

Ya navegando sobre el canal de es Freus, Agnès detuvo la clase para subrayar un dato que impresionó al grupo: «Justo debajo de nosotros está el ser vivo más grande y longevo de la Tierra: la posidonia». La bióloga insistió en el valor ecológico de esta planta marina endémica del Mediterráneo, declarada Patrimonio de la Humanidad, que protege la costa, oxigena el mar y alberga cientos de especies.
La experiencia fue también una lección de geografía marítima y cultura local. Las torres de defensa, los faros diseñados por el arquitecto Pou, los islotes del entorno… Cuando Agnès preguntó señalando al horizonte: «¿Qué islote es ese?», y nadie supo responder que se trataba de s’Espardell, quedó clara la importancia de iniciativas como esta para enseñar el territorio a quienes lo habitan. «Los cambios, más que de la educación, vienen desde la emoción —reflexionaba Agnès—, y este proyecto consigue que los jóvenes se emocionen al descubrir el mar y sus secretos».

Alrededor del mediodía, el Saga fondeaba cerca de s’Espalmador. El alumnado disfrutó entonces de un almuerzo colectivo y de un baño refrescante en aguas cristalinas, uno de los momentos más esperados del día.

El regreso no fue menos instructivo. En cubierta, los alumnos aprendieron a hacer nudos náuticos como el nudo plano, y participaron en juegos para identificar especies del mar pitiuso: convertidos en meros, medusas o pulpos, trataban de adivinar qué animal marino les había tocado interrogando al resto del grupo. También ganaron puntos imitando los ancestrales ucs o haciendo sonar el cornet, un cuerno tradicional con el que los antiguos habitantes de Ibiza se comunicaban a largas distancias.
Torres, como cierre, sacó su particular cofre del tesoro: en él mostró huevos de tiburón y de manta raya, estrellas de mar, caracolas y otros elementos marinos que fascinaron al grupo.
Aunque el viento no acompañó durante la travesía, al llegar de nuevo frente al puerto de Ibiza el velero puso popa a barlovento para izar las velas y que el alumnado viviera la experiencia de navegar como antaño.

En el muelle les esperaban Vicent Canals, gerente del Club Náutico de Ibiza, y Salvador Llosa, conseller de Deportes, para recibir a la expedición. Las caras lo decían todo. «Es la mejor excursión que hemos hecho desde que vamos al instituto», afirmaba Ana. «Me lo he pasado súper bien. Es la primera vez que voy en velero y me ha encantado», decía Lucía. «He aprendido cosas de la isla que ni me imaginaba», confesaba Paula. «¡Repetiremos!», coreaban todas.

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