Álex Conde todavía conserva –y utiliza– un móvil que empieza en +1, el prefijo estadounidense. Dieciocho años al otro lado del Atlántico –Boston, San Francisco, Nueva York y, de nuevo, Boston– pesan. Pero no alejan. Pianista y flamenco –no necesariamente por este orden–, Conde actuará el próximo jueves (a partir de las 21h) en el Festival Internacional Eivissa Jazz con El Trío. Así, tan directo, se titula su último disco y el proyecto actual con el que, tras publicar en enero, lleva todo el verano girándolo. «Pablo [Martín Caminero, contrabajista] y yo éramos amigos. Cuando volví a España, hacia 2022, empezamos a tocar mucho juntos: es pura sutileza. Luego se unió Micha [Olivera, percusionista] y encontramos la pieza que nos faltaba: tiene una energía y un groove muy difícil de encontrar. Hemos creado un grupo muy compacto y complementario: cada uno toca en los proyectos en solitario de los otros. A mí me encanta presentarnos a trío: todo es más fácil y no pierdes profundidad en lo que quieres expresar», explica Conde. Basta una escucha de El Trío para cerciorarse lo que se encontrará el público que suba al baluarte de Santa Llúcia: elegancia del jazz más clásicos y palmas por alegrías, boleros de toda la vida revisitados y unas gotas de soul. En resumen: ganas de pasárselo bien sobre el escenario.
«Me han hablado muy bien del Eivissa Jazz y de lo especial que es tocar sobre unas murallas, con esas vistas. Tengo ganas de estar allí y probar», explica Conde, «para conectar en el lugar. ¿Sabes qué me pasa últimamente? Que adoro tocar en sitios pequeños. Ahora que voy a volver a pasar tiempo en Valencia porque voy a dar clases en el centro de Berklee, creo que es bueno reivindicar la importancia de clubes como el Jimmy Glass. La atmósfera que se crea es única. Como en esos ensayos antes de un gran montaje flamenco, donde hay cante y hay baile, y ves la complicidad que existe entre el cantaor y su guitarrista con sólo una mirada».
Valenciano de nacimiento, el pianista es hijo de un mítico de la copla: Alejandro Conde. El último mohicano. Se crió, por tanto, escuchando soleares y tangos. Luego estudió piano clásico. Albéniz, Falla, Turina, «los ibéricos», le enseñaron que el folclore de los gitanos no estaba lejos de nada: «Domenico Scarlatti, uno de los compositores que trabajaron en la corte española del siglo XVIII, ya compuso sonatas usando la escala árabe. Hay quien lo considera el primer flamenco». Con ese background emigró a Estados Unidos a convertirse en profesional del piano.
Llegaron los discos: basta echarle un vistazo a sus títulos –Jazz and Claps (2010), Barrio del Carmen (2013), Descarga for Monk (2015), Origins (2018), Descarga for Bud (2021), Piano y Copla (2023), Alex Conde y Los Indultados (2023)– para constatar que lo latino y lo anglo, lo nuevo y lo viejo, aquí y allá viven en constante fricción en la música de Conde. Y las experiencias. En su anecdotario destaca más de una noche observando y aprendiendo del gran Eddie Palmieri –que murió hace apenas unas semanas–, uno de los nombres fundamentales para entender por qué es tan exquisito el maridaje entre jazz y salsa. «Eddie era un portento. Pura energía y una facilidad innata para hacer montunos [un tipo de tumbao] con la izquierda mientras soleaba con la derecha. Además, un tipo que siempre andaba de buen humor y era extremadamente generoso. Gracias a él, que participó en la producción de uno de mis discos, pude tocar en el Blue Note de Nueva York: un sueño cumplido. Lo mejor que me ha dado Estados Unidos», cuenta el músico, «es ser consciente de toda la mezcla cultural que nos configura como seres humanos. En la música eso está presente todo el rato. Te pongo un ejemplo: me encontré una vez a un cantante israelí, de sinagoga, que cuando llama al rezo canta exactamente igual que como canta mi padre. Estar lejos de casa te lleva a rebuscar y a ver tu mundo con otros ojos».
Quizás de ahí le venga a Conde cierta vocación de amanuense. Como ama una cultura tan oral como la flamenca, le encanta transcribir falsetas de guitarras y subirlas a una página de Patreon donde se convierten en partituras los sonidos de genios como Diego del Morao. «Soy un gran fan de él. Ya lo era de su padre, El Moraíto Chico. Los guitarristas flamencos siempre me han interesado mucho: desde Paco de Lucía a Pepe Fernández. Paco, con Camarón, nos abrió un mundo que luego nos ha permitido saltar, a los jazzeros, a Jorge Pardo y, de ahí, a Chano Domínguez. En el cante me inspira tanto lo clásico (Chocolate, los Terremoto) como lo más contemporáneo (Poveda). En el extranjero respetan muchísimo al flamenco, es un valor incalculable para la cultura española. En Estados Unidos hay mucho interés por aprenderlo: se estudian los instrumentos y sobre todo el baile. El cante es otra cosa: Mercé dice que el cante es gitano y el que no lo oiga es que está sordo. Tampoco lo llevaría a los extremos, pero por ahí van los tiros…».
Las entradas para las noches del Eivissa Jazz que se celebrarán en el baluarte de Santa Llúcia están a la venta en la web del festival.