Es 1810 y un hombre pinta, en el interior de la iglesia de Sant Miquel, las paredes del templo. Su mujer, Catalina, llega y le pregunta por el significado de las pinturas que realiza, ante lo cual Bartomeu, el pintor, apenas tiene respuestas. Quién sí que las aporta es el monsenyer que, desde la tribuna, sorprende a los obreros. Este explica que la situación política es convulsa, hace apenas unos años que se ha depuesto a Carlos IV, y que en España el poder lo ostenta José Bonaparte. Pese a ello, rechaza retirar la bandera monárquica «porque nunca se sabe». Además, el monsenyer aprovecha para pedir a los feligreses que hagan una donación a la iglesia «de lo que sea», para poder recolectar fondos y honrar así a Sant Miquel.
Esto es solo un pequeño fragmento de la visita teatralizada que se ha realizado este sábado por la mañana a la iglesia de Sant Miquel. Lourdes Ferrer, Vicent Marí «Palermet» y Miquel Vingut han dado vida a unos personas que han puesto la representación más teatral en el interior del edificio religioso. Sus actuaciones han ido acompañadas en todo momento de las explicaciones historiográficas de la iglesia.
Entre otras muchas cosas, Torres ha explicado la estructura del lugar, que cuenta con tres capillas escarbadas dentro de los muros, cada una de ellas dedicada a una figura eclesiástica: la primera de ellas a la Mare de Déu del Carme -patrona de los marineros, de gran importancia en el lugar-, la segunda dedicada a Vicent Ferrer y la tercera a Sant Antoni.
Tras esta explicación, la historia se remontaba todavía más atrás en el tiempo, para situarse en el 1690, año en el quela iglesia fue bendecida en nombre a la cofradía del Santo Jesús, que en ese momento tenía 300 miembros pero que, con el tiempo, fue perdiendo feligreses hasta que, finalmente, pasaría a dedicarse a Sant Josep.
Todas estas explicaciones se han desarrollado en las capillas laterales de la iglesia, de las que se han desgranado todos los detalles, como que no fue hasta el 1995, durante las tareas de restauración, que no se descubrió el crucifijo de madera que hoy se puede observar.
Cuando el reloj estaba a punto de marcar las doce, los obreros de la parroquia, junto al monseyer han partido su camino hacia el exterior de la iglesia, que ha terminado en el patio. Una vez concluida la visita, el público asistente ha roto en aplausos hacia los intérpretes, a los que no han dejado de felicitar y agradecer su actuación para recrear esa pequeña parte de la historia miquelera.