La historia del veterano bar Gran Vía, en la avenida Isidor Macabich de Vila, se remonta miles de kilómetros lejos de Ibiza. En concreto, a Argentina, donde Vicent Bonet y Maria Torres emigraron en 1950. Allí nacieron dos de sus tres hijos, Vicent y Néstor, que regresaron a la isla en 1963 con solo 6 y 4 años respectivamente.
En Buenos Aires, Vicent había trabajado en varios oficios, entre ellos la hostelería, junto a otro ibicenco, Miquel, que más tarde fundaría el mítico bar restaurante Concord, en la calle Obispo Carrasco. Con la explosión turística de la época, Toni —hermano de Vicent— convenció a la familia para regresar a su isla natal.
Puerto
Nada más instalarse en Ibiza, la familia asumió la gestión de la sociedad cultural Casino de Ibiza, en pleno puerto. «Entonces era el verdadero centro neurálgico de Vila; era la época dorada del Puerto y ahora solo quedan La Estrella, Los Valencianos y Es Peixet de aquella época», recuerda Vicent, que evoca una imagen de su infancia: «Cuando se acercaba el correo al puerto, toda la familia nos arremangábamos y no parábamos de servir cientos de cafés con leche y desayunos durante horas».
Gracias a los consejos de Toni Bonet, la familia prosperó y, algunos años después, en 1977, abrió las puertas del nuevo negocio familiar, inaugurado el mismo día del aniversario de boda de Vicent y Maria: el 14 de febrero. «Durante un año entero estuvimos gestionando los dos locales a la vez», recuerdan Vicent y Néstor. Y añaden: «Cuando nuestro padre nos planteó la pregunta: ‘¿seguir estudiando o ponernos a trabajar?’, decidimos ponernos a trabajar». Ese fue el origen de la cafetería Gran Vía, donde ambos hermanos pasaron toda su vida laboral hasta su jubilación hace cinco años. «Siempre hemos estado bien avenidos. Si uno tenía que dedicarse a la familia, el otro se quedaba en el negocio, y viceversa. Nunca hemos tenido problemas más allá de las típicas discusiones», subrayan los Bonet Torres, convencidos de que ese respeto mutuo fue clave para sostener el negocio durante 43 años.
Juventud
«La decoración era impactante y muy moderna para aquella época», recuerda Vicent sobre los inicios del local, donde «se juntaba toda la juventud». Sobre todo estudiantes del Santa María, de la Consolación y los del Seminario —estos últimos más asiduos a la Milán—. «Aquí manteníamos la amistad y el contacto con nuestros amigos del Instituto, y cada viernes organizábamos una fiesta con música y baile», cuenta Vicent. Néstor añade: «Aquí se han conocido muchas parejas que ahora vienen con sus nietos». Un ejemplo es el propio Vicent, que conoció allí a Fina, con quien comparte vida y dos nietos, Núria y Ferrán. Néstor, por su parte, conquistó a Amparo años antes, cuando ella estudiaba con las monjas de San Vicente de Paúl y él aún vivía en La Marina.
Parada
Además de los jóvenes de finales de los 70 y principios de los 80, buena parte de los ibicencos de los pueblos también eran habituales. «La parada de autobús estaba aquí delante y la gente de los pueblos pasaba siempre por el bar. Muchos tenían que dormir en Vila antes de volver a Sant Joan o a otros pueblos», recuerdan. Otra línea que paraba en la puerta era la de Ses Salines: «Vendíamos los tíquets en una taquilla dentro del bar», evocan los hermanos. «Se formaban unas colas impresionantes y siempre aparecía algún carterista. Cuando los veíamos, tocábamos un silbato y gritábamos: ¡carterista, carterista!».
Barça
El espíritu culé es otra parte inseparable de la identidad del Gran Vía. «Siempre fuimos el centro neurálgico del barcelonismo en Ibiza», afirma Néstor, que aún revive «el cava corriendo por la barra, las tracas, los cohetes, la euforia y el baño en la fuente» tras el gol de Koeman en 1992. «Jamás ha habido una pelea. Aquí siempre ha reinado la educación: hemos celebrado los triunfos, pero también hemos aguantado las risas de los madridistas cuando tocaba», puntualiza Vicent. «Aquí nunca ha habido ni azules ni rojos. Todos somos personas y siempre nos hemos tratado con respeto. Aquí solo se discute de fútbol», insisten entre risas.
«Aquí nunca ha habido ni azules ni rojos: todos somos personas y siempre nos hemos tratado con respeto»
Cocina
La estrella de la oferta del Gran Vía, con el patriarca en la cocina, siempre fue el sándwich y el bocadillo de lomo, en una carta sencilla con algunos bocadillos y platos combinados. «Cuando llegó Manolo lo cambió todo», explican con humor los hermanos, en referencia al cocinero que tomó el relevo tras su jubilación en 2020.
El gran cambio fue la ampliación de la oferta culinaria, con tapas tan populares como la ‘frita de polp’, y menús que incluyen «ossos amb col», «sofrit pagés» o «arroç de matançes». «La típica cocina ibicenca de toda la vida, lo que te harías en casa», afirma Manolo, que no duda en nombrar a sus maestras: Pepe Racó (Balançat), Eurària (Si Passes) y Juanita (Bar Nou). Lleva más de 18 años en el oficio.
Equipo y cliente
«Ha sabido mantener la esencia de toda la vida», reconocen los Bonet, que también señalan a Miquel y Juanito detrás de la barra: «uno lleva 25 años y el otro 27». A ellos se suman Mayte, Marisol, Maria y Mónica, «la alegría de la huerta», además de la nueva generación: Anaïs, hija de Manolo, que afirma con orgullo: «He crecido aquí».
Tras cinco años al frente, Manolo admite que los inicios fueron duros: «Nada más empezar llegó la pandemia y después, lo peor: la reforma de Isidor Macabich». Pero mirando la barra, hoy llena de clientes veteranos, sentencia: «Si viene la gente mayor, es que finalmente hemos acertado».
«Si viene la gente mayor, es que finalmente hemos acertado»
En la llamada ‘mesa de veteranos’, Paco destaca como decano a sus 92 años: «Vengo desde siempre, cada día, aunque me encuentre mal». A su lado se sienta Pepe, «el más barcelonista», que comparte con Paco discusiones matinales «sobre todo de fútbol». Otro histórico, Juanito, resume el espíritu del lugar: «Bon tiberi, bon vi i bona gent». Leandro añade entre risas: «La gente aquí es muy buena, pero la ‘frita de polp’ todavía más», y asegura frecuentar el local desde 1977.
«En verano solo me da tiempo de tomar café», dice Sergio, cliente «de toda la vida», que en invierno disfruta «con más calma» de las charlas y tertulias. Para Pepe, el Gran Vía es «un refugio» donde la combinación «charla-tapa-caña» sirve para «hablar de la vida y, si no podemos arreglar el mundo, por lo menos nos desbravam». «Aquí se hace barrio y se hace familia», afirma Arnau, definido como «frente de juventudes», que entre risas se presenta como «viejoven» antes de ponerse serio: «Comer aquí es como comer en casa de la abuela».
Lo peor la reforma de Macabich? Pero si les han hecho un favor con esa terraza nueva! Parecía un basurero esa zona antes de la reforma, no se podía pasar. Y a Manolo le gustaba mucho ir a la tele y salir en los PPeriódicos eh?! Desagradecido